El Lenguaje de la Crítica
de Arte
Michael
Baxandall[1]
... es muy difícil decir mucho de una pintura,
excepto hablando acerca de su relación con alguna otra cosa, como otras
pinturas, otras artes, los movimientos sociales contemporáneos, las creencias
contemporáneas o las ideas contemporáneas[2].
Limitaciones
del léxico
El interés
específico de las artes visuales es visual, y una de las facultades específicas
del historiador del arte es hallar palabras para indicar el carácter de formas,
colores y sus organizaciones. Pero estas palabras no son tan descriptivas como
demostrativas: no estoy seguro cuán firmemente hemos comprendido las
implicancias de esto. A diferencia de un escritor viajero o del hombre que
escribe acerca de exhibiciones en un periódico, no estamos primariamente
preocupados por evocar el carácter visual de algo nunca visto por nuestra
audiencia. La obra de arte de la que discurrimos está hasta cierto punto
presente o disponible, aunque sea en reproducción o en la memoria o incluso de
forma más marginal como visualización derivada del conocimiento de otros
objetos de la misma clase, y aunque la forma de nuestro lenguaje pueda ser
informativa ("hay un flujo de movimiento desde la izquierda hacia el
centro") su acción es similar a una suerte de apunte verbal. Lo que lo
distingue de un apunte manual es principalmente que junto con la dirección
("desde la izquierda hacia el centro") va una categoría de interés
visual ("flujo de movimiento"). Estamos proponiendo que nuestra audiencia
la aúne con la otra.
Es esto lo
que de alguna forma va hacia la extenuación de la crudeza de nuestro lenguaje.
Si aplico media docena de términos simples de interés visual (una frase que no
voy a definir) al lápiz con el que estoy escribiendo ("largo",
"delgado", "brillante", "verde", "de sección
hexagonal", "con una terminación cónica") esto es una
descripción casi inadecuada: para alguien que no ha tenido experiencia de
lápices no evocaría una imagen precisa, e igualmente, para quien ha tenido tal
experiencia, algunos de los términos serían ociosos. Pero si mi propósito no es
describir sino más bien indicar (a) a alguien que lo ha visto (b) tipos de
interés visual tales como los que estoy hallando en él, entonces la media
docena de términos deben cubrir algo de lo que tengo que ofrecer. Mis palabras
categóricas (v.g., "verde") son aguzadas por mí porque lo que he
hecho es instigar, u ofrecer para instigar, un acto guiado de inspección del
objeto particular por el oyente, y él sabe realmente que ésa fue mi intención.
Ninguno de nosotros espera de él que piense, si elige seguir mi instigación,
"¡Oh, entonces, no rojo!: más bien elaborará y refinará mi categoría
"verde" por sí mismo. Por supuesto que el asunto es más complicado
que esto, pero el punto inmediato es que el uso del lenguaje que hace el
historiador del arte invita al receptor a suplir un grado de precisión para
ampliar categorías por una referencia recíproca entre la palabra y el objeto
disponible. Es ostensivo.
Pero mi lápiz
es atípicamente un objeto simple, por el hecho de que pude cubrir tanto de su
interés visual con tan pocas palabras. Si intento hacer lo mismo con mi máquina
de escribir ("cuadrada", "mate", "gris", etc.),
iría menos lejos: las palabras cubren menos de lo que hallo interesante en
ella. Si intento hacer lo mismo con pinturas o una escultura, difícilmente
tendré algo del todo: los términos descriptivos directos pueden cubrir muy poco
del interés que uno desea indicar. Los puedo usar -no es vacuo señalar al Moisés de Miguel Angel como
"cuadrado"-, pero lo apropiado entre sentido y referencia deviene
entonces muy amplio, y sólo puedo usarlos asumiendo que mi receptor los
interpretará de una forma sofisticada y especializada: debe aportar mucho en lo
referente a la comparación mental con otras obras de arte, a la experiencia del
uso previo de tales palabras en la crítica de arte[3],
y al tacto interpretativo general. Las palabras han devenido cosas de un tipo
más bien distinto.
En efecto, si
uno no es cuidadoso, la carencia de la palabra correcta, o adecuadamente
determinante, nos reduce a alguien que sólo está haciendo un ruido enfático;
esto deviene casi confuso porque uno estaría tomando de uno mismo para hablar a
otra gente acerca de algo de la pintura. Una cosa que la práctica de la crítica
de arte le enseña a uno pronto es que los lenguajes europeos discriminan muy
finamente en algunas áreas (v.g., "forma euclideana fundamental") y
muy ampliamente en otras (v.g., "textura superficial vista"): esto
tiene su propia fascinación como objeto de estudio, pero también señala un
problema práctico porque hay un límite en lo referente a cuánto puede uno
extender el léxico acuñando o tomando prestado. Esto no significa tanto que uno
quiera la jerga académica si no que esas nuevas acuñaciones y extranjerismos
son huérfanos culturales, no son propiamente parte del marco laboral colectivo
de nuestro pensamiento. Por ejemplo, me gustaría tener genuino acceso al
término crítico yoruba dídón[4],
que indica un grado de suave pero no brillante luminosidad en las superficies
escultóricas, estrechamente relacionado al contraste de aquellas con angulosos
bordes y sombras: cubriría mucho de un interés que encuentro importante en
parte de la escultura europea. Pero dídón
es un fragmento de un complejo de conceptos críticos yorubas y toma su rico
significado precisamente de ese conjunto de relaciones. Incluso para mis
propósitos exploratorios privados no puedo poseerlo excepto de una manera
cruda, superficial y disociada.
Tres tipos
de indirectividad (indirectness)
Pero, de hecho,
la mayor parte del lenguaje de la crítica de arte no tiene tal trasfondo
descriptivo directo como "verde" o "cuadrado"; sino que más
bien es variadamente oblicua o trópica. Y mientras en este aspecto parece no
haber nada que decir para acordar cualquier clasificación bien directa o
general de los tipos de palabras indirectas de la crítica de arte, bien vendrá
lo que es aquí mi propósito: agruparlas en tres bastas divisiones o modos.
I.- Algunas palabras parecen indicar una especie de
interés visual haciendo una comparación de algún tipo, a menudo a través de la
metáfora: "rítmico", "fugal"
(?), "ensamblado en cola de milano" (dovetailing), "un bosque de verticales",
"despojado" (striplike).
Estas palabras aplicadas a una pintura trabajan comparativamente. Entre ellas
incluiré también palabras como "cuadrado" en el extendido uso
implicado en el hecho de llamar "cuadrado" al Moisés de Miguel Angel:
por ejemplo, "Apolo y dos de las Musas...formando un claro
triángulo". Y una clase especial de palabras comparativas (I bis, digamos)
referidas a obras de arte representativas como si las cosas o personas
representadas fuesen reales: por ejemplo, figuras "agitadas" o
figuras "calmas" y "espirituosas".
II.- Algunas palabras caracterizan la obra de arte
en los términos de la acción o el agente que las habría producido: por ejemplo,
"tentativa". "calculada", "sensitiva",
"elaborada", "difìcultosa", "habilidosa", éste o
aquél "tratamiento" o "desarrollo" o
"virtuosismo".
III.- Algunas palabras caracterizan una obra de
arte describiendo su acción sobre el espectador o su reacción ante ella:
"imponente", "inesperada", "impresionante",
""perturbadora", "desagradable", éste o aquél
"efecto", "un sentimiento de apremio".
Uno podría
referirse ampliamente a estos modos como (I) términos comparativos o
metafóricos, (II) términos causales o inferenciales, y (III) términos
subjetivos o yoicos, y se los podría visualizar en un campo como el de la
figura 1. Pero, por supuesto, todos son proyecciones del sujeto, el espectador parlante,
como bien sabemos perfectamente. De todas formas, casi todos tienen un amplio
sentido metafórico, aunque algunas de las metáforas son más educadas que otras.
Similia
(I)
El
productor ============ (El objeto) ========== El espectador
(II) (III)
El asunto
de la representación
(I bis)
(figura 1)
Mucho podría decirse en forma poco rigurosa acerca de
esto. Claramente, una historia del uso ampliará la relación de un término con
su base original: por ejemplo, "monumental", es una metáfora
moribunda que monumentos de algún tipo han dejado atrás, y sería tonto
convertir una cosa de esencia "interesante" en un término yoico.
Claramente, también, muchos términos participan de más de un tipo:
"seco", por ejemplo, puede ser usado en forma comparativa, I bis, en forma causal (tratamiento secco en lugar de fresco), y en forma subjetiva, a veces equívocamente, y en todos
casos es una palabra artera. También es claro que aproximadamente la misma área
general a menudo puede estar indicada con diferentes tipos de términos:
digamos, (I) tormentosa, (I bis) excitado, (II) excitado, (III)excitante. El
ejemplo, de tal forma, nos alerta de la afinidad verbal entre I bis y II, lo
que tiene mucho que ver con nuestra vulnerabilidad a la "falacia
fisionómica"[5] o síndrome
de Winckelmann. Sobre todo, está el hecho de que en cualquier pieza de crítica
de arte real todo esto va sobre varios estratos. Mis ejemplos fueron
principalmente términos simples, pero las frases están enmarcadas en un tipo u
otro, y los parágrafos y los libros están influídos por uno o por otro. Todos
los ejemplos del último parágrafo han sido extraídos de las consideraciones de
Heinrich Wölfflin acerca de la Camera
della Segnatura de Rafael en su Classic
Art. Si cualquiera mira esas páginas hallará, pienso, que su carácter está
determinado sobre todo por un dominio de tipos I bis y II. Con este carácter
general están en juego todos los tipos de lenguaje que he mencionado,
incluyendo el que he llamado más bien simplemente lenguaje "directo"
("redondo", "grande en proporción", "rodeado",
"perfil"). Es el modelo de esta jerarquía el que da una fisionomía al
crítico individual. Es un rasgo de Wölfflin, por ejemplo, que en una sentencia
del tipo III, reportando una impresión, hay a menudo una palabra del tipo II
como núcleo: él tiende a tener una impresión de una causa. No soy sensible,
diría aquí, a la sugerencia de que las diferencias entre términos son puramente
formales y de que en algún lugar entre sentido y referencia sus orígenes son
desechados, de que las palabras se desnaturalizan de sus clases una vez que son
presentadas dentro de un discurso continuo. Leyendo crítica de arte, no
encuentro que esto sea así. Al contrario, estoy agradablemente conciente de
las orientaciones constantemente
virantes de la danza de los buenos críticos hacia un acto demostrativo
suficientemente determinado. Pero lo que me golpea es que su necesidad de
enhebrar sus palabras dentro del discurso formula un problema de otro tipo.
El problema
de la linealidad: palabras sobre palabras y palabras sobre formas
El léxico de
la crítica de arte está normalemnte ensamblado en un lenguaje consecutivo de algún tipo. (Nocionalmente, supongo,
uno podría ensamblar categorías simples de interés visual, exclamaciones
presintácticas, en un diseño no secuencial, galáctico, sobre la página, pero
esto sería afectado) Esto formula problemas que aquí puedo acentuar mejor
señalando el contraste con la crítica literaria. La crítica literaria es
palabras sobre palabras mientras que la crítica del arte, como ha sido a menudo
señalado, es palabras sobre imágenes. Muchas diferencias -las disimilitudes
entre crítica de arte y crítica literaria parecen mucho más interesantes que la
similitudes- provienen de aquí, pero una proviene de la forma del lenguaje, su
dependencia del músculo sintagmático, del hecho de que las palabras han sido
ensambladas en una progresión lineal.
Una obra de
literatura, siendo lenguaje, es en sí misma un asunto lineal llevado desde aquí
hasta allí, o desde ahora hasta luego. Un poema o una historia tiene un
comienzo y un fin y una auténtica secuencia en el medio. Podemos percibir
muchos diseños no lineales subyaciendo tanto en una frase como en el todo, una
sintaxis antitética o simetrías narrativas; También hay probablemente muchos
momentos remontados de relectura y referencia anterior. Pero la progresión
lineal del texto es comprehendida en estas excursiones y las resiste. Si una
consideración de un crítico acerca de Cumbres
Borrascosas o Sarrasine se
involucra en señalar trozos de ellas fuera de orden, es correcto, porque el
movimiento direccional de ambas es lo bastante fuerte como para que su trabajo
no sea malinterpretado. Él está emergiendo de la corriente aquí y allí,
desandando a lo largo de la orilla y sumergiéndose de nuevo para alertamente
reflotar un trozo particular una vez más. Cuando el crítico literario se
compromete con un trozo particular de un texto, su lenguaje puede apaciguar al
lenguaje del texto, cada uno linealmente progresista. Mi punto es debilitado
aquí por el fracaso de muchos críticos literarios en hacer un uso atlético de
su ventaja, lo que no es culpa mía, pero la posibilidad está allí y es
utilizada en la crítica literaria de una forma que debo envidiar desde el otro
lado de la cerca (para ofrecer un rehén, por ejemplo William Empson en "A
Valediction of Weeping" de Donne. Y en todo caso, pienso que el punto no
es tanto el hecho de que el crítico literario puede trabajar en paralelo con su
texto, como el hecho de que el texto y nuestra recepción de él tienen una tan
robusta progresión sintagmática de sí que la secuencia lineal de una exposición
no puede perjudicarlas mucho. El lenguaje del crítico descriptivo puede correr
junto al firmemente progresivo lenguaje del texto, evadirse de él, volver
corriendo y corretear alrededor de él , como un perro inquieto durante un paseo
con su amo.
Una pintura,
por el otro lado, o más bien nuestra percepción de ella, no tiene una
progresión inherente tal para resistir la secuencia de lenguaje que se le
aplique. Una extensa descripción de una pintura está sometida por la estructura
del lenguaje a ser una violación progresiva del ejemplo de percibir una
pintura. No vemos linealmente. Percibimos una pintura por una secuencia
temporal de recorrido visual (scanning),
pero en el primer segundo aproximadamente de ese recorrido visual tenemos una
impresión del todo -de que eso es una Madre con su Hijo sentada en un
vestíbulo, digamos, o una especie de guitarra geometrizada en un cuadro. Lo que
sigue es el agudizamiento de detalles, la notación de la relaciones, la
percepción de órdenes, etc. Y aunque la secuencia de nuestro recorrido visual
está influida como el ejemplo tanto por los hábitos generales de recorrido
visual como por pistas particulares en la pintura, no es comparable en
regularidad y control con la progresión a través de una porción de lenguaje.
Una consecuencia de esto es que una no consecutiva porción de ostensión verbal,
lenguaje lineal, puede igualar el paso y andar de ver una pintura como puede
hacerlo de un texto: el texto leído es majestuosamente progresivo; la
percepción de una pintura es un rápido e irregular lanzamiento sobre y
alrededor de un campo. Hay varias formas de encarar el problema. Uno puede
trabajar arduamente la ostensividad del lenguaje propio, así como delinear
suficientemente al auditor su propio y activo acto de percepción para lograr su
atención y desplazarse lejos del de uno mismo. Uno también puede evitar
secuencias expositivas que parezcan representaciones del percibir, por ejemplo
descripciones, en favor de otras que los asimilen a ellos mismos a pensar. La
historia de la historia del arte ofrece también otras técnicas.
La crítica
inferencial
He estado
haciendo tres tipos de sugerencias: primero, que el léxico de la crítica de
arte es fuertemente ostensivo; segundo, que el lenguaje de la crítica de arte
es amplia y variablemente oblicuo, y a más de un nivel; tercero, que la forma
lineal de nuestro discurso es curiosamente extraña a la forma de su objeto,
tanto sea considerado éste la obra de arte misma o nuestra experiencia de ella.
Estos me parecen hechos básicos de la vida de la crítica de arte, y uno querría
llegar a una suerte de términos constructivos con ellos. Cuatrocientos años de
buena y muy diversa crítica de arte europea ciertamente sugieren que hay formas
de hacerlo así. Parece característico de los mejores críticos de arte haber
desarrollado sus propias formas de encarar el básico absurdo de la verbalización
acerca de pinturas: han aprovechado positivamente su carácter ostensivo y
oblicuo, como fue, tanto como botaron su discurso fuera del pseudodescriptivo
registro que trae la peor amenaza lineal. Repito que lo han hecho de muchas
maneras diferentes; sobre todo Vasari y Baudelaire tienen en común su suceso
conspicuo. Esto parece algo sobre lo cual insistir en el presente clima de
discusión: los hechos lingüísticos de nuestra vida pueden ser condiciones
preeliminares, generales y apremiantes, que uno puede bienquerer tener en
cuenta al encontrar una forma de hacer lo que sea que uno quiera hacer, pero no
nos dirigen a un tipo de historia del arte.
Por ejemplo,
estoy ansioso no por sugerir que hay una simple afinidad entre la orientación
del evidente interés de un crítico y la orientación de un modo de lenguaje;
entre, digamos, aquellos de nosotros que queremos ocuparnos de las
circunstancias en las que las obras de arte fueron hechas, por un lado, y el
lenguaje inferencial por el otro. Lo que me preocupa de tanta crítica que se
ofrece como análisis sociohistóricos del arte es precisamente un calidad
in-auto-consciente del tipo III del más bajo nivel verbal mezclada al más alto
nivel en amplios y a priori ejemplos
del tipo II, suaves impresiones chapaleadas en programas fuertemente causales.
Como contraste, uno puede leer los primeros libros de Adrian Stokes[6]
para el músculo inferencial local,
por subjetivo-asertivo en la manera y el efecto totales.
La
inferencialidad de los términos acerca de causa son el vehículo principal de
precisión demostrativa en la crítica de arte. Están activas en dos sentidos
diferentes. Donde los términos yoicos son formal y, a menudo, sustancialmente
pasivos, reportando algo hecho por la obra de arte al hablante como paciente,
las palabras causales comercian con acciones y agentes inferidos. Al mismo
tiempo involucran al que habla en la actividad de inferir y al escucha en la
actividad de reconstruir y valorar el patrón de implicancia. Para mi gusto,
diré, toda esta actividad es aplaudible y absolutamente más sana que un montón
de comparaciones de impresiones, pero el punto real es que parece producir
palabras ostensivas adecuadamente determinativas y propiamente estimulantes.
Uno de los detalles que omitió mi descripción del lápiz fue el tipo de borde
festoneado de la pintura verde en la punta donde se encuentra la terminación
cónica. Si quisiera, lo registraría casi severa y económicamente infiriendo la
causa -la hoja de un sacapuntas girando circularmente en un ángulo de 15º sobre
un cilindro hexagonal. No pienso en absoluto que registraría esto con lenguaje
yoico: también estoy imprecisando una cualidad a mis oyentes por mi reacción a
un borde festoneado o su interés visual -a menos que mi contribución sea
efectivamente inferir la hoja giratoria. De un modo más complejo sucede lo
mismo con la crítica de arte, donde un vocabulario inferencial maduro en acto
total puede tener una precisión y un golpe demostrativos formidables. El
crítico del siglo XVIII Shen Tsung-hsien[7]
-para dramatizar el asunto con algo exótico- da un vistazo de los recursos que
la crítica china clásica tuvo para la caracterización inferencial de las marcas
del pincel del pintor: distingue entre toques donde lo que domina es el
movimiento de la muñeca y aquellos en los que domina el movimiento dactilar;
entre toques mortecinos y vivaces, en el sentido de que hay una variación de
poder en el simple trazo vivo; entre marcas arrastradas y resbaladizas, unas de
tinta salpicada y otras quebradas; entre las marcas de un pincel recto y las de
uno inclinado; entre toques cortantes y dirigidos; puede hablar de una
pincelada individual teniendo un centro o núcleo y abriendo y cerrando fases, y
preguntarse cuán lejos la fase de cierre de un toque lleva la sugestión de un
mayor desarrollo; podría caracterizar, incluso, una marca de pincel por el
ruido que el toque habría hecho. Por supuesto, hay razones para la actividad de
este lenguaje: tanto Shen Tsung-hsien como sus lectores fueron ellos mismos
activos usuarios del pincel caligráfico, por lo que hubo un firme trasfondo de
referencia en la experiencia de todos. Sin embargo, es un lenguaje envidiable:
para hallar algo comparable en Europa, uno debe ir a cosas como los ocasionales
comentarios de Delacroix en sus diarios sobre la técnica de Rubens -comentarios
filiados por un pintor a un pintor. No podemos competir con esto en este área,
pero hay otras áreas de inferencia hacia las cuales podemos trabajar,
incluyendo -para volver un poco al comentario de John Passmore- "las
relaciones (...) con (...) otras artes, movimientos sociales contemporáneos,
creencias contemporáneas, (e) ideas contemporáneas".
www.deartesypasiones.com.ar ©DNDA Exp. N° 340514
[1]
Este texto, capítulo V de KEMAL, Salim y GASKELL, Ivan (eds.). The
Language of Art History. Cambridge:
Cambridge University Press, 1991 ("Cambridge Studies in Philosophy and the
Arts"), es una versión abreviada de "El Lenguaje de la Historia del
Arte", publicado en New Literary
History, 10 (1979), p. 453-465. Trad.
Marcelo Giménez.
[2] John Passmore, "History of Art and History of
Literature: A Commentary", New
Literary History, 3 (Spring, 1972), p. 575-587.
[3]
"Cuadrado" tiene una historia espléndida: su uso en la crítica de
arte griega y latina ha sido investigado en un ingenioso artículo por Silvio
Ferri, "Nuovi contributi esegetici al 'Canone' della scultura greca",
Revista del R. Istituto d'Archeologia e
Storia dell'Arte, 7 (1940), p. 117-139.
[4] Para dídón
y su contexto, véase Robert Farris Thompson, "Yoruba Artistic
Criticism", en The Traditional
Artist in African Societies, ed. Warren L. d'Azevedo (Bloomington, Ind.,
1973), esp. p. 37-42.
[5] Para la cual véase E. H. Gombrich, "Art and
Scholarship", en Meditations on a
Hobby Horse and Others Essays on the Theory of Art (London, 1963), p. 108,
acuñando el término, y también "On Pshisiognomic Perception", ibid., p. 51.
[6] Particularmente The
Quattro Cento (London, 1932) y Stones
of Rimini (London, 1934). La destacable comparación de la
última entre la "concepción" por extracción y por modelado está
incluída en la edición Pelican de The
Image in Form: Selected Writings of Adrian Stokes, ed. Richard Wollheim (London, 1972), pp. 147-183. El
tipo de calidad que tengo in mente es
(de un informe del Cristo Muerto con
Angeles de Donatello en el Victoria & Albert Museum -en Wollheim, The Image in Form, p. 168-): "Para
Donatello, los cambios de superficie significaban
un poco más que luz y sombra, chiaroscuro, los instrumentos de la organización plástica. El fondo de las
vestimentas de los ángeles está calibrado y simplificado para proveer un contraste con los planos abiertos del torso desnudo
de Cristo. Las capas de la piedra están tratadas convencionalmente. Aunque algo de lo
cortante es bello en sí mismo, el relieve traiciona un obstinado y preconcebido modo de aproximación. En pocas
palabras, la composición no está demasiado fundada
sobre la interrelación de superficies adjuntas como sobre los amplios principios del chiaroscuro"
(itálicas mías).
[7] Hay extractos traducidos -todo lo que conozco del
autor- en Osvald Siren, The Chinese on
the Art of Painting (Peking, 1936), pp. 224-233, y Lin Yutang, The Chinese Theory of Art (London,
1967), p. 169-219.
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