En torno al concepto de Arte Moderno
Alicia Romero
Una noción que aparece con frecuencia en nuestra materia es la de Arte
Moderno. Se trata de un concepto sometido a permanentes reformulaciones y
que, en sí mismo, subsume instancias que obstaculizan la posibilidad de un
acuerdo general sobre su significado. Ya se trate de determinar un período de
la historia del arte, describir características de la producción, tipos de
circulación y consumo de lo estético, etc., la expresión Arte Moderno convoca
la necesidad de ser definida cada vez que se la refiere. En principio la
dificultad deriva de los propios términos que reúne, ‘arte’ y ‘moderno’, en sí
mismos categorías: según ellas se entiendan -por separado y su tipo de enlace-
resultará de partida la orientación semántica procedente de la colisión entre
ambas.
No obstante las
dificultades, es imposible eludir el lenguaje en acto y el enunciado Arte
Moderno persiste, no sólo a nivel del habla técnica, sino también del decir
generalizado. Si queremos responder su eficacia como noción descriptiva y
explicativa del arte de los siglos XVIII y XIX podemos comenzar por el análisis
de algunos empleos. A modo de ejemplo realizaremos un breve recorrido comentado
sobre algunas menciones del concepto Arte Moderno realizadas por autores
incluidos en las bibliografías de nuestras asignaturas.
Comencemos por Meyer Shapiro.
En la Nota introductoria de su libro El
Arte Moderno encontramos una primera determinación temporal:
"Los ensayos que se recogen en este volumen son una selección de mis
escritos sobre el arte de los siglos XIX y XX". El índice enumera
trabajos, entre los cuales figura "Courbet y la Imaginería Popular"
como el límite hacia el pasado en la cronología de esta compilación. Allí dice
que "Courbet pertenece al período de transición que va del artista
cultivado de la pintura histórica, poseedor de un amplio bagaje literario,
histórico y filosófico y cuyas obras requieren comprenderse a la vez que verse,
al artista de la segunda mitad del siglo XIX, que confía sólo en la
sensibilidad y trabaja directamente a partir de la naturaleza o de un
sentimiento, que ve más que piensa o imagina". Shapiro escribe esto en
1941 y puede relacionarse con lo dicho por Pierre
Daix sobre el mismo Courbet: "es el último gran pintor que haya
pintado de acuerdo con la teoría del arte de la imitación. Vivió bastante
tiempo para ver cómo su realidad se le escapaba: la misma realidad de los
paisajes observados de un modo distinto por los pintores que le siguieron, más
atentos que él a la impresión directa
al aire libre" (en Nueva Crítica y
Arte Moderno, editado en francés en 1968).
La coincidencia señala un cambio en el registro de la figura del
artista; una renovación de sus relaciones con el mundo, una transformación en
el abordaje de su obra; allí transita o permanece Courbet, atrapado en una
evolución que conduce a un arte de visión y de sensibilidad, de observación e
impresión, carente de las habituales retóricas de la belleza.
En el capítulo denominado "La Introducción
del Arte Moderno en América: La Armory Show", de 1952, Shapiro se refiere
al arte expuesto en aquel 1913 como "un arte más contemporáneo en un
sentido nuevo y radical [...], a saber: que la modernidad en cuanto tal era un
atributo, de forma que quienes contemplaban tales obras no podían sino pensar
que correspondían al presente" y agrega: "Por arte contemporáneo -o
arte vivo, como se lo llamaba- [... se entendía] lo progresivamente
contemporáneo, lo que modifica un pasado heredado y abría paso a un futuro aún más
novedoso".
En la Armory Show se
reservó una sala para Ingres, Delacroix, Corot y Courbet, "... artistas a
los que los académicos reconocían como maestros, eran presentados junto a los
jóvenes rebeldes como sus antepasados, toda una saga de grandes espíritus innovadores".
Así Shapiro ilustra, remontándose hasta Delacroix, la conciencia moderna y la
evidencia de su gestación progresiva. La Modernidad se describe como atributo
de la obra que denota su corresponderse al presente; el paradigma moderno se
constituye con términos como innovación, contemporaneidad, futuro, rebeldía,
vida.
Lo que la obra hace
presente es el cambio de la relación arte-tiempo. Según Pierre Daix: "el
arte moderno ha invertido el sentido del tiempo en el arte. Intenta captar el
mundo que nace, el porvenir". Esta nueva concepción del tiempo es más que
un atributo, es una condición. [El modelo del arte moderno ya no está tras él,
él mismo se convierte en modelo, un cuadro funciona primero como espacio, luego
es tal o cual tema o motivo.]
Lionello Venturi en el
prefacio de su obra Pintores Modernos,
traducida por Jorge Romero Brest en Buenos Aires (Argos, 1953) realiza
la nómina de aquellos artistas que considera los máximos exponentes del siglo
XIX, iniciando la lista por Goya y Constable y culminando en Van Gogh y
Toulouse-Lautrec. "Los pintores elegidos no sólo son artistas perfectos,
sino también modernos. Con el apelativo modernos no se quiere dar
únicamente una indicación cronológica. Es absurdo separar la obra del espíritu
de su tiempo".
¿Cuál es el espíritu de
lo moderno?: "El siglo XIX se despertó en el arte con un ideal llamado
romántico, del cual no se ha separado nunca totalmente [...] y a pesar de la
veleidad anti-romántica de nuestro siglo, de ciertas pretensiones de abstraer y
de ciertos retornos a lo antiguo, nuestra edad no tiene más que una tradición,
un apoyo, un punto de partida: el arte del siglo XIX". En el texto
"Goya", Venturi afirma que fue este pintor el que "rompió las
tradiciones del 700 en sus ideales y sus técnicas". Goya es el creador de
una nueva tradición "penetrada por el nuevo modo de sentir la libertad, la
patria y la religión".
Despertar, señal de
ruptura, esta vez no hablamos de transición y el horizonte aparece más lejano,
cronológicamente desplegado en el 1700. Allí nace una nueva tradición que,
henchida del ideal romántico se continúa hasta el siglo XX. Goya es un origen a
la vez factual y conceptual.
Giulio Carlo
Argan
en El Arte Moderno 1770-1970, liga
tres factores a este nacimiento que ubica a mediados del siglo XVIII: a) la
teorización de los períodos clásico y romántico producida entre los mediados
del siglo XVIII y XIX por artistas, literatos y teóricos del arte cuyo
resultado fue la construcción de modelos, la conversión de hechos en ideas; b)
la formación de la Estética; c) la cultura del Iluminismo. Estos tres factores
tienen una compleja interrelación. El "profundo corte" producido en
la tradición figurativa da lugar a "el nuevo ciclo histórico del
arte" el denominado moderno o contemporáneo que se continúa en el siglo
XX. Argan habla de corte, discontinuidad en la tradición figurativa
contemporánea relacionándola a la aparición de una nueva conciencia estimulada
por el ejercicio de la crítica. Características de este nuevo ciclo son: la
afirmación de la absoluta autonomía de la esfera del arte, reconocimiento de
una especificidad a partir de la cual se producen sus vinculaciones con las
otras actividades humanas y la concepción romántica que domina su primera fase
desde 1750 hasta 1850.
Es difícil prescindir,
cuando mencionamos la autonomía de la esfera artística, de la confrontación con
"el acontecimiento" que Hegel
conceptualiza como muerte del arte. Según un análisis de Gianni Vattimo, realizado en el horizonte del
pensamiento postmoderno hacia 1985, la muerte del arte constituye la
constelación histórico-ontológica en que nos movemos y que nos atañe "ante
todo como profecía y utopía de una sociedad en la que el arte ya no existe como
fenómeno específico, en la que el arte está suprimido y hegelianamente superado
en una estetización general de la existencia".
La fractura abierta entre
la afirmación de la autonomía del arte y la explosión de la estética fuera de
los límites institucionales que le demarca la tradición, es un espacio que no
se deja habitar fácilmente por los artistas, pero fuera del cual no es posible
su modernidad. Una instalación segura es imposible, el movimiento permanente se
hace destino, el deseo de lugar se convierte en nostalgia y proyecto
individual. De inicio... romanticismo.
En el inventario de las
causas de la ruptura con el "ciclo clásico del arte", es predominante
para Argan la transformación de los medios técnicos de producción con sus
consecuencias sociales y políticas. El pasaje del artesanado a la industria destruye
los imaginarios colectivos previos y acucia la representación misma de la
Modernidad, como un espejo estallado en fragmentos.
La cultura del Iluminismo
transforma la concepción de la naturaleza, "ahora simple entorno de la
existencia humana, individual y social". Se promueven diversas reacciones
que tienden a modificar la realidad objetiva, ya sea en lo concreto
-especialmente en arquitectura- o bien en la forma en que se concientiza lo
concreto. En el arte moderno el factor ideológico, "acaso explícitamente
político", ocupa el lugar del principio metafísico de la naturaleza como
revelación. Argan ejemplifica su análisis en El
Concepto del Espacio Arquitectónico...,
donde se refiere a la arquitectura desde fines del XVIII llamándola moderna
y aclara que este término fue usado por Bellori
en 1672 aplicado a un arte que tiene conciencia de que no está vinculado
con una verdad estable, la naturaleza, sino con un desarrollo histórico. Una
realidad para modificar, unas capacidades humanas a descubrir e implementar,
una Razón que agita su sueño. Una naturaleza profana, el desplazamiento de la
fe hacia las ideologías que durante mucho tiempo conservarán la marca de su
nacimiento, comportándose como creencias.
La Historia, el Tiempo,
transiciones o rupturas; un arte autónomo o expandido en la vida cotidiana;
innovaciones simbólicas e imaginarias, conceptuales, estéticas y éticas,
científicas, técnicas y tecnológicas, conmociones políticas, económicas,
sociales: evoluciones o revoluciones en la cultura figurativa; para nosotros,
dispersiones y reagrupamientos.
Artistas en los que se
encarna una nueva sensibilidad, un nuevo espíritu, humanos, singulares,
viajeros de un ciclo, una época, "centelleos precarios" en una
constelación particular y fugaz. Arqueólogos sobrevivientes de una catástrofe
del Sentido, encargados de una regeneración que nadie les encomienda y para la
que carecen de instrumentos adecuados. Hombres de los que los dioses se han
apartado, enfrentados a la presencia de aquello que no puede nombrarse y
por ello hace surgir la pulsión de la figura. Héroes sin padres con la misión
de crear cada vez un origen.
Así, parece
imprescindible repreguntar ¿a qué llamamos Arte Moderno?.
Arthur Danto, filósofo y crítico de
arte, publica en 1997 un singular libro After
the End of Art, que tuvo en su momento una enorme
repercusión. En el capítulo inicial narra que “Casi al mismo tiempo pero
ignorando cada cual el pensamiento del otro, el historiador alemán del arte
Hans Belting y yo publicamos textos acerca del fin del arte […] un cambio
histórico importante había tenido lugar en las condiciones de producción de las
artes visuales aun cuando, aparentemente los complejos institucionales del
mundo del arte -galerías, escuelas de arte, revistas, museos, instituciones
críticas, curadores- parecían relativamente estables” [p 25].
Danto establece algunas
notas que enseguida reconoceremos como pertenecientes a lo que se ha descripto
como arte moderno, él lo llama -hasta aquí- simplemente arte, refiere una
transformación ocurrida en las condiciones de producción del subconjunto visual
y, al enumerar los “complejos institucionales” correspondientes, describe
aquellos que tuvieron origen efectivo a partir del siglo XVIII.
A fin de construir una
periodización, dice: “Si esto es concebible, entonces pudo haber existido otra
discontinuidad, no menos profunda que ésta, entre el arte producido en la era
del arte y el arte producido tras esa era”. Entonces el arte excede el
período, en particular aquel que al autor le interesa circunscribir; titulado
“la era del arte”, “no comenzó abruptamente en 1400, ni tampoco finalizó de
golpe hacia la mitad de los años ochenta...”
En fin, si Belting ha
llegado a la idea de un arte anterior al comienzo del arte, Danto cree que
“deberíamos pensar en el arte después del fin del arte, como si estuviéramos
emergiendo desde la era del arte a otra cosa, cuya exacta forma y
estructura resta ser entendida” [p 26].
Enseguida hará
corresponder la ‘era del arte’, esta vez de manera explícita, con el ‘arte
moderno’. Señalará su diferencia con el contemporáneo cuya conciencia,
según conjetura, comenzó a emerger a mediados de la década de 1970: “el arte
contemporáneo no tiene un alegato contra el arte del pasado, ni tiene sentido
que el pasado sea algo de lo cual liberarse, no tiene sentido aún cuando sea
absolutamente diferente como arte, del arte moderno en general. Parte de lo que
define el arte contemporáneo es que el arte del pasado está disponible para el
uso que los artistas le quieran dar. Lo que no está disponible es el espíritu
en el cual fue creado ese arte” [p. 27-28]
Aquí hacemos notar
nuestra discrepancia con el planteo de Danto ya que una de las notas que han
caracterizado el arte moderno, ad referendum de la palabra de Argan, es
esa sensación de “disponibilidad del pasado”. Tal vez lo que habría que
ilustrar son las diferencias en los modos de tal disposición. Sí acordamos,
parcialmente, con otra de las tesis de Danto: “Con la modernidad, las
condiciones de la representación se vuelven centrales, de aquí que el arte, en
cierto sentido se vuelve su propio tema.”
Nuestra coincidencia, en
la perspectiva del arte como práctica significante, se verifica toda vez que
acotemos la última afirmación de Danto al arte del siglo XVII en el contexto
del orden epistémico clásico, para ello convocamos la palabra de Michel Foucault:
“En el umbral de la época clásica, el signo deja de ser una figura del mundo;
deja de estar ligado por los lazos sólidos y secretos de la semejanza o de la
afinidad a lo que marca […] El que el signo pueda ser más o menos probable,
estar más o menos alejado de lo que significa, que pueda ser natural o
arbitrario, sin que resulte afectada su naturaleza o su valor de signo –todo
esto muestra muy bien que la relación del signo con su contenido no está asegurada
dentro del orden de las cosas mismas. La relación de lo significante con lo
significado se aloja ahora en un espacio en el que ninguna figura intermediaria
va a asegurar su encuentro: es, dentro del conocimiento, el enlace establecido
entre la idea de una cosa y la idea de otra […] una la de la cosa
que representa y otra la de la cosa representada […] De ahora en adelante [los
signos] se alojan en el interior de la representación, en el intersticio de la
idea, en ese pequeño espacio en el que juega consigo misma, descomponiéndose y
recomponiéndose” [Las Palabras y las Cosas,
1967, p. 69-73].
También en torno a la
representación y su problematicidad como criterio en la definición del arte
moderno podemos citar, con Danto, palabras del crítico Clement Greenberg,
de su ensayo de 1960 Pintura Modernista.
Refiriéndose a una figura central del Aufklarung dijo: “Concibo a
Kant como el primer modernista verdadero porque fue el primero en criticar el
significado mismo de crítica”. La operación filosófica de Kant resulta
paradigmática, no sólo para el campo de las ciencias y la moral práctica, cuyas
realidades ayudó a constituir, sino también para el disciplinamiento de esa
formación discursiva que denominamos crítica de arte.
Lo que sucede al nivel de
los discursos es puesto en correlato por Greenberg con un plano del arte:
“Supongo que la correspondiente concepción de la pintura debería ser no tanto
el representar la apariencia de las cosas, sino responder a la pregunta de cómo
la pintura fue posible”. Se pregunta: ¿Quién llevó la pintura desde lo
representacional hacia la vía en que los medios de la representación se vuelven
el objeto de la representación? Y responde: Manet, el Kant de la pintura
modernista. Nos parece que tal autor y tal función puede ser adjudicada,
cuando menos al dominio del romanticismo, si pensamos en Goya, Turner, Ingres,
y muchos otros.
El crítico sostiene su
argumento, expresando con respecto a la técnica de Manet “En virtud de la
franqueza con la cual manifestaba las superficies planas donde eran pintadas.
La historia de la modernidad se desplazó desde allí a través de los
impresionistas, ‘quienes abjuraron de la pintura de base y las veladuras para
dejar al ojo sin dudas de que los colores que usaban eran pintura que provenía
de tubos o potes’, hasta Cézanne, ‘que sacrificó la verosimilitud o la
corrección para lograr ajustar sus dibujos y dibujar más explícitamente la
forma rectangular del lienzo’." [citado por Danto, p. 29-30]. Si bien se puede aceptar
el décalage entre prácticas diversas del saber, la filosofía crítica y
el arte, tal vez convendría preguntarse si en el texto de Greenberg no aparece
una flexión destinada a hacer coincidir con otros enfoques especializados el
periodo de la cultura que describe el calificativo modernista. La
franqueza, la certeza, la insistencia en la verdad por sobre lo verosímil, a
las que alude el autor, son actitudes que en arte estuvieron presentes toda vez
que se quiso establecer cierta finalidad pedagógica, desde el inicio de la
Ilustración. El cambio se da entonces, si bien no menos importante, en el
interior de esta tendencia, en una búsqueda más radical de transformaciones
retóricas, particularmente en aquellos géneros de los que se quieren desalojar
los residuos narrativos y la ilusión de realidad.
En fin, podríamos
continuar el análisis de otros destacados pensadores que han contribuido a la
construcción discursiva de la noción Arte Moderno. Hasta el momento sólo
hemos querido presentar algo de la complejidad que acompaña las percepciones
que el concepto crea, sobre las notas que determina en relación con lo que el
arte es en tanto que moderno, y los valores que para él proponen.
Selección de citas para
profundizar en algunos aspectos del desarrollo teórico
Estéticas y Poéticas
ECO, Umberto [1968]. La Definición del Arte. “El Problema de la Definición
General del Arte”.
"Hasta hace poco tiempo el tema filosófico de la 'muerte del
arte' parecía haber quedado confinado al ámbito de los sistemas estéticos del
idealismo, y como tal anclado en una determinada situación cultural. En
cualquier caso parecía que hablar de 'muerte del arte' implicaba un cuadro
sistemático muy concreto, una determinada filosofía del espíritu en sus
diversos momentos: puesto que si el arte como forma espiritual muere, deberá
surgir alguna otra cosa que el sistema prevea como momento sucesivo, estadio de
integración más elevada. En cambio desde hace algún tiempo la idea de una
'muerte del arte' vuelve con una cierta insistencia, al margen del sistema
idealista, en escritos críticos de distintos tipos, en las ocasiones en que se
pretende discutir la situación y el destino del arte contemporáneo. En otros
términos, la evolución de las poéticas del romanticismo tardío denuncia una
sensible modificación del concepto de arte en el ámbito de la cultura moderna,
y mueve a los críticos o historiadores de las poéticas a preguntarse hasta qué
punto esta modificación es radical; y en qué medida impone una revisión de
conceptos a las mismas estéticas filosóficas" [p. 127].
"... si en épocas pasadas se tenía conciencia de una poética
―en el terreno crítico― como instrumento accesorio para penetrar cada vez mejor
la naturaleza de la obra, hoy nos damos cuenta que muchas operaciones críticas
(que a menudo se califican de historia de la cultura, excluyendo explícitamente
el ocuparse de la 'valoración' de una obra en particular) consideran la obra
formada como instrumento accesorio para comprender un nuevo modo de formar, un
proyecto de poética.
Ante este empalidecimiento del valor estético frente al valor
cultural abstracto, y ante el consiguiente prevalecer de la poética sobre la
obra, del diseño racional sobre la cosa diseñada [...], surge espontáneamente
la expresión de 'muerte del arte' para indicar un acontecimiento histórico que,
si no apocalíptico, representa por lo menos un cambio tan sustancial, en la
evolución del concepto de arte, como el que se verificó entre la Edad Media, el
Renacimiento y el Manierismo, con el ocaso de la concepción clásica
(artesanal-canónica-intelectualista) del arte y el advenimiento de la
concepción moderna (ligada a las nociones de genialidad individual,
sentimiento, fantasía, invención de reglas inéditas).
Frente a tal acontecimiento, la primera operación consistiría en la
verificación de las categorías estéticas en uso para ver hasta qué punto
soportan los cambios de perspectiva realizados en el ámbito del ejercicio
práctico del arte y de los proyectos operativos individuales o de grupo"
[p. 127-128]
"El punto de partida de Formaggio[1]
es rigurosamente filosófico (análisis de la idea hegeliana de la muerte del
arte y exposición interpretativa de su desarrollo a través del pensamiento
idealista). Pero es evidente que el análisis estaba necesariamente estimulado
por la situación actual de las poéticas, y Formaggio lo demuestra con las
abundantes alusiones al arte contemporáneo, que se introducen en el hilo de su
discurso y constituyen su comprobación histórica [...], la cuestión de la
'muerte del arte' se le presenta como una discusión surgida de un descontento
y de las inquietudes del espíritu romántico, en medio de los cambios cada vez
más rápidos de la actual sociedad y de la historia, una disputa surgida entre
Schiller, Novalis y Hegel, que estalla en la estética hegeliana y después nunca
ha desaparecido del todo, más aún, que recientemente se ha vuelto a suscitar,
en diversas capas de la reflexión, bajo impacto de los movimientos artísticos
más avanzados, en todas las artes y en la teoría correspondiente (p.
25)" [p. 129].
"Asumiendo el término 'muerte' no en el significado común de
'fin', 'término último', sino en el significado de Auflösung (disolución-resolución),
Formaggio no concibe su discurso como un simple reconocimiento historiográfico
de una especial situación del arte moderno, sino como una precisa orientación
filosófica, definición de un momento dialéctico continuo que atraviesa toda la
sociedad y que constituye la esencia del fenómeno 'arte', hasta el punto de
influir sobre la misma reflexión estética que se elabora sobre el fenómeno"
[p. 129].
"Todo esto constituye, es cierto, un proceso de muerte pero una
vez más es un movimiento positivo, donde la muerte tiene el rostro radiante de
la infinita conciencia; esa inexorable e incontenible conciencia en la que se
está exaltando y ardiendo no sólo el arte sino el mundo entero, quizá, de la
cultura y de la comunicación contemporánea" [p. 131].
"[Las conclusiones del libro de Formaggio, luego de minuciosos
análisis derivan en que]: resulta imposible inmovilizar la naturaleza del arte
en una definición teorética tal como se propone en numerosas estéticas
filosóficas, del tipo de 'el arte es Belleza', 'el arte es Forma', 'el arte es
Comunicación' y así sucesivamente". Estas definiciones son siempre
históricas, en relación con un universo de valores culturales con respecto al
cual, fatalmente, una experiencia artística sucesiva se presenta como la
'muerte' de cuanto había sido definido y exaltado. Por consiguiente este tipo
de definiciones pertenecen al orden de las poéticas y no al de las formulaciones
filosóficas. Una actitud filosófica correcta, será, en cambio, una actitud
dialéctica, según la cual la ley ideal del universo artístico no puede sino
autoconstruirse infinitamente a través de las estructuras cognoscitivas y
operativas de la experiencia artística en acto y a través de los distintos
niveles de reflexión que, desde el interior de la actualidad del arte, se
elevan hasta los niveles de la crítica, de la historiografía, de las poéticas,
en fin, de la reflexión filosófica; aquí esta ley se reconoce fundamentalmente
como idea de artisticidad o modo fundamental de la intencionalización
propiamente artística de la experiencia (p. 304, tesis Nº 3). Si esta ley
surge, por consiguiente, del desarrollo de las distintas legislaciones
parciales e históricas (universo de las poéticas) y se perfila como ley de
continuidad de este desarrollo, ley que establece la imposibilidad de elegir
como ley ninguno de sus momentos, he aquí que entonces no podrían aceptarse
como contribuciones teoréticas esas definiciones generales de arte a través de
las cuales diversas estéticas filosóficas han tratado, por otra parte, de
unificar en una fórmula la complejidad de una experiencia cuya mutabilidad
nadie ponía en duda" [p. 132-133].
"Dadas las poéticas, las definiciones generales del arte y
el reconocimiento de la mutabilidad de toda definición general del arte,
nos hallamos frente a tres universos del discurso, los tres posibles en un
determinado período histórico, que tratan de determinar tres campos distintos de
análisis y de operación. El problema es precisamente ver si uno excluye al
otro, o bien si cada uno de ellos no implica precisamente el otro, y si
cada uno de ellos tiene su propio
campo de aplicación dentro del cual es legítimo y necesario. Aunque ninguno de
los tres pueda pretender estar en posesión de la validez absoluta y
metahistórica" [p. 139].
"[Situémonos en el
filósofo que se ocupa de los fenómenos artísticos y encontramos en primer
lugar] el universo de las obras de arte, cada una distinta de las demás [...]
dotada de una individualidad concreta y propia. En el momento en que admitimos
que cada obra ha ido precedida de un proyecto operativo (poética) que deducimos
del modo de formar concretado en forma o de documentos explícitos accesorios que
nos ilustran acerca de un propósito formativo deliberado, nos damos cuenta que
los proyectos operativos individuales se agrupan según familias y afinidades,
intencionadas o inconscientes (de escuela, de tradición asimilada, o debidas a
un clima cultural común...). En base a estas poéticas explícitas o implícitas
(y que ya se plantean a niveles distintos, como hemos visto, del proyecto que
pudiera expresarse 'quiero hacer una obra así y así o al que pudiera formularse
como: 'la obra de arte en general debiera responder a estas características'),
puedo ya determinar una situación concreta del arte de mi época. Puedo darme
cuenta de que la idea de arte generalmente aceptada en mi época se diferencia
de la de siglos precedentes; un análisis historiográfico (una historia de las
poéticas) puede ayudarme a comprender la génesis y el desarrollo de estas
nuevas formas de ver la obra y concebir la función del arte. Puedo también
darme cuenta de que en mi época este proceso de evolución de la idea de arte se
ha hecho más rápido y más firme.
Llegados a este punto, para explicar esta sucesión que parece
arrebatarme todo punto de referencia estable, elaboro una visión dialéctica de
la sucesión de las poéticas: la idea del arte varía continuamente según las
épocas y los pueblos, y lo que para una determinada tradición cultural era
arte, parece disolverse frente a nuevos modos de actuar y de gozar. Junto a
esta constatación puedo optar por dos tipos de asunción. Puedo, en primer
lugar, ver en las variaciones sucesivas de la idea de arte una especie de ley
que regula el desarrollo de los conceptos y une todo el desarrollo pasado y
futuro según etapas regidas por una racionalidad fácilmente reconocible y
previsible; es decir, puedo ver, operante en las experiencias artísticas concretas,
una dinámica de lo real que constituye el objeto de una lógica que es, al mismo
tiempo, ontología; no hallamos ahora ante una concepción metafísica de la
dialéctica, que me permite anticipar los desarrollos futuros del obrar
artístico y que (lo quiera o no) resulta inevitablemente normativa, porque
superpone a las experiencias de los artistas la necesidad de un ritmo triádico
en el que se fundamenta, con su sensibilidad, el ritmo mismo de los
acontecimientos y del pensamiento. [...] remitámonos a una concepción de la
dialéctica como opción metodológica. Frente al panorama de los fenómenos
artísticos, mostrando su complejidad, dándome cuenta que las ideas artísticas
varían procesualmente, decido considerar esa variabilidad y contradictoriedad
de los fenómenos, no como un hecho negativo que debo reducir a una única
abstracción resumiente, sino definir el panorama precisamente a través de la
fundamentación de su variabilidad. Asumir una visión dialéctica como criterio
metodológico de explicación e investigación [...] significa que debo remitirme
a cada fenómeno en su concreción, pero asumiendo un cuadro general, un criterio
de guía, tratando de determinar en cada fenómeno la orientación típica que en
él asume el proceso de transformación, tratando de diferenciar en el fenómeno
transformado los elementos de nexo de los de contradicción con respecto al
fenómeno frente al cual presenta una transformación [...] Asunción
metodológica, hemos dicho. Y en cuanto tal es válida sólo si no la limito a un
único campo de investigación (por ejemplo los fenómenos estéticos): porque la
asumo precisamente para reducir a un cuadro interpretativo unitario los
diversos órdenes de fenómenos, [... para] adoptar un lenguaje explicativo común
a todos los órdenes de fenómenos, en vez de aceptar para cada uno de ellos las
categorías que la inmediata evidencia concreta de los fenómenos. El método se
convierte en garantía de una explicación unitaria, aunque sea a nivel
hipotético, de las cosas" [p. 139-142].
"... la persuasión de que en las ideas del arte existe cambio,
muerte y replanteamiento en otras
formas, todo esto no me dice nada acerca del arte [...]. Si el único tipo de
uniformidad que puedo reconocer a la contradictoriedad de los fenómenos es su
comportamiento general evolutivo explicable dialécticamente, para lo demás sólo
queda, quizá el aceptar la sucesión de las poéticas, el choque de los criterios
crítico-valorativos, la realidad individual de las obras. Como mucho, el
trabajo historiográfico definido por criterios dialécticos: tratar de
comprender cómo las distintas ideas del arte se han sucedido en el transcurso
de la historia, sacando a la luz transformaciones y derivaciones, nexos y
superaciones. [....] por una parte entonces, está la filosofía que define las
reglas de uso de un criterio dialéctico y, por la otra, la realidad concreta de
los fenómenos. No es ya el caso de hablar de Estética. Lo cual no sería
escandaloso" [p. 143].
"Las obras individuales y las poéticas se suceden y se oponen,
La hipótesis metodológica de una serie de conexiones dialécticas me ayuda a
racionalizar y a comprender esta multiplicidad aparentemente irreductible. De
este modo sé que, si en nuestra época hacía su aparición una forma de actuación
artística que me parece contradecir todo lo que mis antepasados pensaban acerca
del arte y la belleza, esto no significa que el arte haya muerto, sino
simplemente que ha asumido nuevas formas (y que siempre ha ocurrido así en el
transcurso de los siglos), sin embargo debo aún comprender si en esta transformación
de las ideas del arte se han conservado ciertas constantes que me permitan
reconocer, a través del proceso, la permanencia de un modelo estructural válido
para todos los casos. Por ejemplo, si aún en la sucesión de funciones y modos
de producción y placer la actividad del arte no ha estado siempre ligada a un
hacer. [...]. Más aún: las actividades calificadas de 'artísticas' ¿no han
entrañado siempre, con la operación técnica señalada como 'hacer' un hacer
utilizando materiales, un hacer acompañado de la intención, por parte de quien
se daba al arte, de incorporarse a un acontecimiento físico (piedra, sonido,
gesto...)?. Si respondo a esta pregunta paso ya al orden de las definiciones
conceptuales; y al orden de las definiciones filosóficas, ya que la hipótesis
definitoria que elaboro, incluso si se basa en matices originariamente
calificables de científicos, se sitúa ya en el orden de lo
no-verificable-empíricamente. Y, sin embargo, establece una persuasividad y
racionalidad propias sobre un número suficiente de datos conocidos, sobre un
análisis de los fenómenos capaz de suscitar mi consentimiento y sobre la
utilización de términos cuyo ámbito de uso se ha fijado ya previamente. Una vez
realizado esto me muevo con conciencia cada vez mayor en el universo de los
fenómenos artísticos. Es decir, distingo lo que en base a la definición puede
pertenecer al mundo del arte de aquello que escapa a dicho mundo. [...]. La
formulación es tan general que me permite incluso, dado que dentro de la
definición se incluyen las determinaciones del 'hacer' y del 'hacer
incorporando', examinar desde el punto de vista del arte actividades que
parecen escapar a él [...]. En cualquier caso constituye una operación que
siento la necesidad de realizar precisamente para moverme entre los fenómenos y
reconocerlos de acuerdo con 'categorías' que otros puedan también aceptar
(incluso aquellos que, por ejemplo, sean aficionados a un tipo de música que a
mí me desagrada o gocen con combinaciones de colores que yo aborrezco)" [p.
145-147].
"Una definición general del arte conoce perfectamente sus
límites: y son límites de una generalización no verificable sino de
experimentación, los límites de una definición cargada de historicidad y, por
consiguiente, susceptible de modificaciones en otro contexto histórico; los
límites de una definición que generaliza por la comodidad de un discurso común
una serie de fenómenos concretos que poseen una vivacidad de determinaciones
que en la definición se pierden necesariamente. Y, sin embargo, una definición
general del arte sabe muy bien que es indispensable: es un gesto que se
realiza, un deber que ha de cumplirse; para tratar de fijar un punto de
referencia destinado a aquellos discursos que, en cambio, son intencionadamente
históricos, parciales, limitados, orientados teleológicamente a una opción
(crítica u operativa). Pero hay algo más: y es que en el momento en que se
habla de arte, aunque sea para negar la posibilidad de definirlo
conceptualmente, no es posible escapar a la exigencia de una definición"
[p. 148].
“... la definición no sólo debe replantearse siempre sino que cada
vez debe entenderse en un sentido más comprensivo: sólo desde afuera puede
pensarse que en ese caso el filósofo es un astuto estratega del compromiso que
trata de imponer para siempre y a toda costa su definición; en realidad el
filósofo trata de descubrir si su definición es lo bastante general como para
adecuarse también a nuevos fenómenos. Y por lo tanto las definiciones han de
leerse en el sentido más comprensivo posible ” Por ejemplo Formaggio critica a Pareyson la definición de la actividad artística
como “formar por formar”, observando que quedan fuera de la definición
experiencias de arte aplicado como la cerámica y la arquitectura [...]. Pero
afirmar que lo que especifica al arte es el “formar por formar” no significa
que el artista produzca objetos sólo para poner en evidencia sus
características estructurales y complacer con la forma producida a un
contemplador que la ve sólo bajo ese aspecto. [Le Corbusier construye una
unidad de habitación, sobre él actúan factores tales como una visión moral,
económica y política del hombre y de sus necesidades materiales y espirituales,
ideales que constituyen su obra en todas sus características] Si sobre Le Corbusier
no hubieran actuado todos estos móviles que son heterónomos respecto al arte,
no hubiera sido capaz de hacer una obra de arte [...] Y en este momento
interviene la definición general del arte para tratar de explicar en qué medida
la compleja operación llevada a cabo por Le Corbusier no es simplemente una
operación técnica e ideológica, sino también artística. Ha sido arte en la
medida en que, mientras elaboraba su obra, el arquitecto no la elaboraba
solamente para responder a todas als exigencias referidas (las cuales, sin
embargo, le movían a trabajar y a trabajar de aquel modo) sino también para
mostrar cómo tomaban forma todas aquellas exigencias [...] y por
consiguiente, incluso si actuaba fundamentalmente en base al estímulo de la
función, pero forzaba a las funciones distintas a resolverse de acuerdo con
formas emparentadas por tendencias comunes. Y por consiguiente, incluso si
actuaba fundamentalmente en base a valores heterónomos con respecto al arte,
reconocía la supremacía, al mismo tiempo de un valor autónomo. Formaba por una
infinidad de razones, pero al mismo tiempo que satisfacía todas esas razones,
formaba por el gusto y el placer de formar, y en esta especificación se
constituía como artista. Se trata simplemente de un ejemplo; pero nos indica
cómo se puede enunciar y leer una definición general del arte sin que ésta nos
determine a una opción pragmática ligada a un gusto o una corriente. Ligada a
una sensibilidad histórica, sí. No hay nada que hacer, de la historia es
imposible salirse" [p. 150-152].
[Algunas conclusiones
1.
afirmar la posibilidad y legitimidad de una actividad
filosófica que trate de ofrecer una definición general del arte
2.
establecer que la actividad definitoria debe
coexistir, a otro nivel, con una asunción filosófica general que explique la
mutabilidad de las perspectivas poéticas y de las definiciones estéticas, así
como de toda definición filosófica.
3.
elaborar una definición aproximativa del arte no
significa pretender agotar el problema de una esencia del arte, sino elaborar
un modelo de los fenómenos artísticos: tal elaboración de modelos no excluye la
conciencia de la historicidad de los modelos mismos. Más aún, es esta
conciencia histórica la que nos mueve a elaborar modelos] [p. 152-153].
ECO, Umberto [1968]. La Definición del Arte. “Dos Hipótesis sobre la
Muerte del Arte”.
"La mayor parte de las descripciones-interpretaciones de las
obras y de los movimientos del arte contemporáneo dan la impresión de moverse
más en el ámbito de la justificación histórica, de la determinación de la
poética aplicada o de los modelos operativos, que en el ámbito de la valoración estética (que exige un
esquema axiológico y una 'opción' crítica, que se expresa en los juicios de
'feo' o 'bello', 'poesía' o 'no poesía', 'arte' o 'no arte', o ―en los casos de
una mayor agudeza― en la determinación de 'logrado' o 'no logrado' con respecto
a la poética aplicada)" [p. 250].
"... quien escribe estas líneas es culpable de esa acción que
muchos defensores de una actitud crítica 'axiológica' han censurado: ha tratado
de describir ciertos fenómenos del arte contemporáneo desde el punto de vista
de las intenciones que presidían la operación artística (desde el punto de
vista de las poéticas) y de las razones históricas que ilustraban estas intenciones.
Es decir, se ha preguntado de acuerdo con qué concepción de la obra de arte se
mueve la mayor parte de los artistas actuales, en qué medida esta concepción
deriva de un desarrollo de la conciencia estética moderna, de qué modo estas
intenciones se concretan en modelos operativos y, por consiguiente, en
estructuras formales. La noción de 'obra abierta' ha sido aceptada como la más
útil para explicar estos fenómenos y como tal ha sido propuesta. Es evidente
que una tal opción metodológica excluía la valoración crítica de las obras
descritas [...es el punto de vista del historiador de las poéticas, en tanto
fenómenos esclarecedores de la cultura contemporánea]" [p. 251].
"... en el arte contemporáneo, desde el romanticismo hasta
nuestros días, el problema de la poética nunca se ha disuelto simplemente en el
de la obra hecha y acabada, sino que la obra se ha propuesto como un intento de
formular una poética, problema de poética, a menudo tratado de poética bajo
forma de obra. [...] Si la obra de arte se convierte cada vez más en
enunciación concreta de una poética (y de todos los problemas teoréticos que
inevitablemente una poética entraña, más o menos conscientemente, y que
implican una visión del mundo, una noción de la función del arte, una idea de
la comunicación entre hombres, etc.) y si el primer razonamiento que surge
espontáneamente a propósito de la obra de arte contemporáneo es precisamente el
de la determinación de las intenciones que expresa, la descripción de los
modelos operativos llevados a la práctica y de las estructuras a que han dado
origen [...], ¿no agotará acaso este discurso todo lo que puede decirse acerca
de la obra?" [p. 253-254].
"Primera
hipótesis: la muerte del arte
... en este contexto histórico el placer estético ha ido poco a poco
transformando su propia naturaleza y sus propias condiciones, y se ha
convertido, de placer de carácter emotivo e intuitivo que era en un principio,
en placer de carácter intelectual. [...]. La idea del arte ha
experimentado con el transcurso de los siglos diversas modificaciones, la
concepción de un placer estético en el que el destello de la intuición y la
vibración del sentimiento son estimulados por la imagen a-lógica en la que se
ven expresados constituye una concepción claramente fechable, históricamente
determinable, relativa a una serie de 'modelos de cultura' muy concretos y como
tal ha de considerarse, aunque por casualidad nos encontremos dentro de un
universo cultural en el que todavía mantiene una cierta fuerza.
Pero si es cierto que toda la estética contemporánea cuando hablaba
de Arte se refería a esta concepción, fenómenos como el que hemos descrito, y
en torno a los cuales estamos hipotetizando, significan claramente el ocaso del
arte: se presentan como ejemplos concretos de una 'muerte del arte' actual
Segunda hipótesis:
recuperación del valor estético
Si la obra de arte contemporánea se reduce a un manifiesto poético,
y a través de él a un manifiesto filosófico acerca del modo de ver las cosas a
través del arte, si, por consiguiente, la obra de arte se convierte en soporte
de conocimiento ¿en qué se diferenciará el modo de proceder del arte del de la
ciencia o la filosofía? [...] Lo que afirmamos es que la obra vive y vale sólo
como realización de su propia poética, expresión concreta de un universo de
problemas culturales planteados como problemas constructivos: pero el universo
de los problemas constructivos adquiere su sentido más lleno sólo en contacto
directo con la forma formada, única capaz de conferir significado y valor al modelo
formal propuesto y realizado [...] la obra realiza [una poética] sólo si el
modelo de poética puede ser objeto de placer en cuanto formado. [...],
existe, frente a la obra contemporánea, la posibilidad de una valoración
crítica en términos de acierto orgánico (lo cual viene a sustituir la
vaga dicotomía entre belleza y fealdad poesía y no poesía) [....] La obra es
algo más que la propia poética, que puede enunciarse también por otros
caminos, en la medida en que el contacto con la materia física, en el que la
poética se concreta, añade algo a nuestra comprensión y a nuestro placer.
... Si
bien es cierto que es perfectamente legítimo un discurso cultural sobre las
poéticas de un período y puede incluso constituir un instrumento útil para la
comprensión más profunda de las obras [...], sin embargo, si queremos hablar de
una obra, el simple discurso cultural no basta y la obra es válida sólo si,
estudiada en concreto, nos revela algo más rico, más variable y difuminado, más
evasivo, incluso (porque esta es la condición del placer estético): y en este
algo más estriba la garantía de nuestro juicio de valor [...], según esta
segunda hipótesis, entra también en el presente horizonte estético la
posibilidad de una valoración crítica" [p. 256-265].
"... las investigaciones en torno a las poéticas tienen una
validez, previa a toda operación crítica: contribuyen a crear espacio para una
opción. A condición de que no se exija tal opción a las investigaciones
teóricas de estética en las que a partir de la opción se establecen condiciones
de posibilidad, ni a las investigaciones de historia de la cultura donde se
estudia el proceso histórico de las poéticas y de los criterios de la opción.
También estas disciplinas llevan a cabo una opción propia, de lo contrario no podrían
realizar un discurso y mucho menos un discurso histórico. Pero la llevan a cabo
en otro nivel, teórico o historiográfico, no crítico" [p. 266].
La noción de Obra Maestra
CAHN, Walter [1979]. Obras Maestras. Ensayo
sobre la Historia de una Idea. “Introducción”
"Cuando una obra de arte nos impresiona como la más elevada
encarnación de la habilidad, la profundidad o el poder de expresión, la
denominamos obra maestra. De esta manera le reconocemos un lugar supremo en
nuestra estima y, al mismo tiempo, tratamos de establecer nuestro juicio, en la
medida en que es posible, más allá de la duda o la equivocación. Nuestra
actitud habitual en estas cuestiones es más flexible. [...] Pero las obras de
arte no son tanto lo mejor de una determinada clase como objetos de una clase
por sí mismos. [...] Las obras maestras son obras maestras o no lo son. No
pueden ser lo que son en una proporción menor" [p. 17]
"Los superlativos se debilitan con el uso excesivo, y los
empleamos con moderación para que no se piense que es demasiado fácil
complacernos: Pero tal reticencia no es universal; las personas inclinadas al
entusiasmo por temperamento o deber profesional se hallan en presencia de obras
maestras con envidiable facilidad. [...]. Como estas dos palabras han sido
atrapadas ahora por una espiral verbal inflacionaria, hemos empezado a
descubrir grandes obras maestras absolutas, obras maestras universales de todos
los tiempos. La gravedad de este problema puede ser cuestión de opinión, pero
los remedios imaginables no son diferentes de los propuestos para los
desórdenes de la inflación monetaria y son igualmente impopulares: limitación
del consumo (de la expresión) o aumento de la producción (de obras
maestras)" [p. 17-18]
"Denominar obra maestra algo es canonizarlo, neutralizar sus
asperezas y convertirlo en la propiedad cultural común del amigo, del enemigo y
del indiferente. Erigimos una especie de 'Panteón de obras ilustres' en el que
los objetos de nuestra admiración pueden ser conservados permanentemente, como
en un santuario [...] Qué es lo que nos impulsa a hacerlo es una cuestión de dimensiones tanto psicológicas
como históricas pendiente todavía de una respuesta satisfactoria. La
explicación que se oye con mayor frecuencia es que deseamos de este modo edificar
e ilustrar más allá de los cambios de estilo y valoración la constancia de la
condición y la finalidad humanas. Cada época, afirmamos, ha tenido sus obras
maestras cuando hombres inspirados que estuvieron a la altura de los mayores
desafíos y trascendieron las expectativas de su época y de su medio pusieron su
marca en alguna partícula de universalidad. Este templo a la fama, sin embargo,
tiene que tener su culto, sus sacerdotes, e, inevitablemente, sus guardianes, a
los cuales pedimos noticias de nuevas llegadas y la seguridad de que se han
ganado justamente ese honor" [p. 18]
"¿Ha habido siempre
obras maestras? ¿Hemos de suponer que siempre se seguirán produciendo otras
nuevas?. Por lo que respecta al pasado la conjetura más generosa posible sería
también la más razonable: la afirmación de nuestra humanidad, incluso en el
sentido más rudimentario, y el inicio de elevadas formas de organización social
fueron triunfos importantes que deben ser vistos en una escala de proporciones.
En contra de los escépticos, las pinturas rupestres del hombre prehistórico,
que inauguran nuestro panorama de la historia del arte, son una respuesta
suficiente. ¿Y el futuro?. Optimistas y pesimistas verán el asunto de manera
diferente, pero debemos tener en cuenta que hay obras de todo tipo. [...] Una
antología de folklore nativo se titula Masterpieces of American Wit and
Humor, una colección de relatos de misterio, Masterpieces of Murder....
Podemos encontrar la perfección más fácil de alcanzar que de mantener" [p.
18]
"El término Chef
d'oeuvre está documentado antes que ninguno de sus equivalentes en otras
lenguas europeas y, en la medida en que tales juicios pueden pretender tener
alguna validez, penetró más profundamente en la construcción del discurso que
sus sus contrapartidas en otros lugares. [Un verso] de Shakespeare (1605) está
de hecho entre las primeras citas del término inglés masterpiece, que no
aparece ninguna otra vez en la obra del autor. El término italiano capolavoro
[al inicio capodopera, que sugiere filiación con el término francés
], aparece aún más tarde. [...]. Los diccionarios no registran su existencia
antes del siglo XVIII. Contrariamente Chef d'oeuvre es de origen
altomedieval y hacia el siglo XV ya no era raro. Decorosamente puesto en
bastardilla, se ha infiltrado también en otras lenguas; parece proporcionar con
su aspecto extranjero un matiz suplementario de refinada elevación o, como en
la obra de Mark Twain Innocents Abroad, un acicate para
ridiculizar el snobismo" [p. 18].
La Querella de Antiguos y
Modernos
HIGHET, Gilbert. La Tradición Clásica.
“Hubo
en los siglos XVII y XVIII una celebérrima y prolongadísima disputa que agitó
no sólo el mundo de la literatura, sino también el mundo de la ciencia, de la
religión, de la filosofía, de las bellas artes y hasta de la erudición clásica.
Nunca llegó a ser zanjada; [...] los puntos de la discusión no estuvieron
siempre claramente definidos en ninguno de los bandos [...]; por otra parte,
las pasiones se caldearon hasta el extremo, de manera que la disputa toda vino
a ser cosa de risa, y ahora se la recuerda con los títulos satíricos de La
Querella de Antiguos y Modernos y La Batalla de los Libros.
Fue, con todo, una
disputa muy importante. En primer lugar, es notable que una discusión acerca
del gusto haya durado tantos años y ocupado la atención de tantos hombres
doctos, pues esto quiere decir que el plano de la crítica, y por lo tanto de la
literatura, estaba en un nivel sumamente elevado. en segundo lugar, entre las
personalidades envueltas en la lucha, se contaban algunas de las más grandes de
la época: Pascal, Boileau, Bentley, Swift. En tercer lugar, los puntos que se
sometieron a debate tenían profunda significación, como la siguen teniendo en
nuestros días. esos mismo problemas tornan a presentarse (aunque a menudo
disfrazados o mal comprendidos) en casi todas las discusiones contemporáneas
acerca de la educación, la crítica estética y la transmisión de la cultura. La
batalla que se trabó en Francia e Inglaterra a fines del siglo XVII no fue más
que un simple episodio de una gran guerra que se había estado gestando a lo
largo de dos mil años, y cuyas raíces aún subsisten. Es la guerra entre
tradición y modernidad, entre originalidad y autoridad.
[...] es digno de
observarse que la batalla empezó en España y en Italia o, mejor dicho, que allí
ocurrieron los primeros encuentros fronterizos; que la verdadera lucha tuvo
lugar en Francia; que en Inglaterra se trabaron combates muy interesantes,
aunque secundarios, y que ninguna otra nación europea o americana desempeñó
papel alguno, excepto el de espectadores.
[...] La cuestión era
ésta: ¿deben admirar e imitar los escritores modernos a los grandes autores
griegos y latinos de la Antigüedad? ¿O acaso no han sido ahora superados y
dejados atrás los modelos clásicos de la buena literatura? ¿Debemos limitarnos
a caminar sobre las pisadas de los antiguos, tratando de emularlos y esperando,
cuando mucho, igualarlos? ¿O podemos abrigar confiadamente la ambición de
superarlos? El problema puede plantearse en términos mucho más amplios. en la
ciencia, en las bellas artes, en la civilización en general, ¿hemos avanzado
más lejos que los griegos y los romanos? ¿O estamos adelantados respecto a
ellos en algunas cosas, y retrasados en otras? ¿O somos inferiores a ellos
desde todos los puntos de vista, bárbaros semicivilizados que nos servimos de
las artes de hombres verdaderamente cultos?
Desde el Renacimiento,
muchos admiradores de la literatura clásica, seducidos por el artificio, la
belleza y la fuerza de las mejores obras griegas y latinas, habían dado por
supuesto que éstas nunca podrían ser realmente superadas, y que los modernos
tenían que contentarse con respetarlas, sin esperanza alguna de llegar a crear
algo mejor. Después del descubrimiento de la arquitectura grecorromana, se
amplió aún más este supuesto, para hacer entrar en él las demás artes, y se
dijo otro tanto del derecho, de la política, de las ciencias, de toda la
cultura. Los modernos lo atacaban ahora en muchos terrenos. Los argumentos más
importantes que contra él se lanzaron fueron cuatro.
1. Los antiguos eran paganos; nosotros somos cristianos. Por consiguiente,
nuestra poesía está inspirada por emociones más nobles y sus temas son también
más nobles. Por consiguiente, es poesía de más altos quilates. Es éste un argumento
muchísimo menos sencillo de lo que se creería [...] J. K. Huysmans, que era un
ferviente católico, decía que gran parte del arte católico del siglo XIX estaba
inspirado directamente en el demonio, con el fin de alejar de la verdadera
religión a los espíritus sensibles. Y sin embargo, en las grandes obras de
arte, la presencia del espíritu de Cristo, y la intensa sensibilidad psíquica
que trae este espíritu, su rechazo de tantas indignidades e inepcias humanas,
su nobleza moral, no pueden sino comunicar grandeza; su ausencia deja una
laguna espiritual que ninguna habilidad artística puede compensar u ocultar.
[...]
2.
El segundo argumento es el más popular en nuestros
tiempos. Es el siguiente: el conocimiento humano está progresando constantemente.
Vivimos en una época más avanzada que los griegos del siglo de Pericles y que
los romanos de lera de Augusto. Por consiguiente, somos más sabios. Por
consiguiente, todo cuanto escribimos o hacemos es mejor que lo que escribían o
hacían los griegos y romanos de la Antigüedad. [...] Este optimismo moderno
tiene cierta justificación y cierto fundamento. Los antiguos nunca creyeron en
el más noble y más ennoblecedor de los ideales de la ciencia moderna: que el
hombre puede cambiar y mejorar a la naturaleza. [...]. Pero el argumento es
falso cuando se aplica al arte [...]
3.
Algunos de los que participaron en la batalla
esgrimieron un tercer argumento, que ensambla con el segundo. Lo propuso
sucintamente Charles Perrault en esta máxima: la naturaleza no cambia. [...]
Por consiguiente, las obras de los hombres son tan buenas hoy como en los
tiempos clásicos. [...]
4.
El cuarto argumento es el argumento del gusto. Muchos
modernistas, al mismo tiempo que defendían el arte contemporáneo, invertían la
acusación y atacaban a los clásicos, diciendo que sus obras estaban mal
escritas y que eran radicalmente ilógicas. Esto era consecuencia de las
exageraciones a que se llevó la admiración por los clásicos y una reacción
natural contra ese culto. [...] Este ataque contra los clásicos tiene dos
aspectos principales que se suelen confundir. En pocas palabras consiste en
decir que los autores griegos y romanos son necios, o vulgares, o a veces
las dos cosas juntas. Se subraya, por ejemplo, la estupidez de sus
convenciones dramáticas, como la intromisión de los dioses en los conflictos
humanos [...]. El segundo aspecto del argumento –la vulgaridad de los antiguos-
es de mucho interés y de mucha importancia. en pocas palabras es éste. Los
poetas clásicos son vulgares porque describen cosas bajas y emplean palabras
indecorosas; sus héroes y heroínas se suelen entregar a emociones violentas, y
hasta llegan a ejercer labores manuales. Los poetas modernos, los del siglo de
Luis XIV, nunca escriben semejantes cosas: por consiguiente, los poetas
modernos son superiores.
Pioneros del Diseño Moderno
PEVSNER, Nikolaus. Pioneros del Diseño
Moderno. De William Morris a Walter Gropius.
Prólogos
“La mayor parte del trabajo de preparación previa para este libro
fue realizada durante los años 1930-32. En la Universidad de Göttingen dicté
durante 1930 una clase sobre la arquitectura de los siglos diecinueve y veinte
y luego publiqué en los Göttingische Gelehrte Anzeigen de 1931, una
breve relación previa al papel desempeñado por los más importantes arquitectos
en el desarrollo del movimiento moderno. Si no me equivoco, de cualquier modo,
este es el primer libro a publicarse referente al tema. […]
No
conocí los excelentes artículos de P. Morton Shand en The Architectural
Review de 1933, 1934, 1935, hasta que ya casi había concluido con mi
investigación. El hecho de que coincidan nuestras conclusiones en tantos
aspectos, es una grata confirmación de las opiniones adelantadas en este libro”
[Prólogo a la primera edición en inglés. Londres, mayo de 1936, p.7]
“El Museo de Arte Moderno [de Nueva York] ha incrementado
considerablemente los alcances de este libro al aumentar el número de las
ilustraciones; yo he tratado de mejorar el texto, mediante correcciones donde
había errores, y agregados que varían desde una línea hasta el largo de un
capítulo virtualmente escrito de nuevo” [Prólogo a la segunda edición en
inglés. Londres, diciembre de 1948, p. 8]
“Este libro fue elaborado en su mayor parte entre 1934 y 1935. La
primera edición apareció en Londres en 1936. […] la segunda, publicada en Nueva
York en 1949, […. ]. Ahora para esta traducción al español, […] quiero […]
referirme a esas recientes obras y publicaciones que hubiera tenido que
considerar si, en lugar de una traducción, fuera una nueva y revisada edición
la que se estuviera preparando. La nómina de estos agregados es más extensa que
la de los trabajos que entre 1936 y 1949 tuve que considerar para la segunda
edición. Esto demuestra que los temas desarrollados en mi libro han sido
gradualmente reconocidos por colegas más jóvenes. Cuando por primera vez lo
escribí, eso sólo podía decirse de unos pocos. Entre ellos es Siegfried Giedion
quien ha contribuido con la investigación más significativa y, en 1949, podía
referirme a su Space, Time, Architecture —primera edición en 1941— en lugar de su libro
alemán más breve de 1929.
En cuanto a los últimos seis años, la investigación más interesante
ha sido la referente al Art Nouveau. Otorgo mayor importancia que a
cualquier otra a los dos artículos que Robert Schmutzler publicó en The
Architectural Review, volúmenes 117 y 118, 1955, sobre los orígenes del Art
Nouveau en Inglaterra y la dependencia del estilo en William Blake. Durante
el mismo año 1952 en que Schmutzler orientaba sus investigaciones en Londres,
se ofrecía una excelente exposición en Zurich que preparada por Hans Curjel se
llamaba ‘Um 1900’. Nuevamente en el mismo año, el Victoria and
Albert Museum de Londres organizaba una gran exposición de Artes
Decorativas durante los reinados de Victoria y Eduardo. Esta fue en especial la
obra de Peter Floud, y su catálogo es una importante fuente que sobrepasa los
límites del Art Nouveau, Stephan Tschudi Madsen publicó hace poco un
voluminoso libro titulado Sources of Art Nouveau. (Oslo, 1956).
[…] debo hacer referencia a […] la Storia dell’Architetture
Moderna de Bruno Zevi, Einaudi 1950 […]. Correspondiente a la Exposición
Internacional de 1851, […] mi propio libro High Victorian Design,
Londres 1951. Referente a William Morris, la colección de sus cartas por Philip
Henderson (Londres 1950) y dos importantes aunque breves artículos de Peter
Floud publicados en The Listener, Oct. 4 y 14 de 1954. En 1956 se fundó
en Londres la Sociedad William Morris, cuyas conferencias de gran interés deseo
tengan también éxito en los países de habla española” [Prólogo a la primera
edición en español. Londres, Navidad de 1957, p. 9-10].
“pienso ahora que [Antonio Gaudí] fue el único genio que realmente
produjo [el movimiento Art Nouveau]. Las premisas de su estilo son
catalanas y de ahí totalmente diferentes a las de los maestros de otros países.
[…]. El fanatismo con el que experimentó formas y materiales y especialmente el
papel desempeñado por la cerámica en su oeuvre es el lazo de unión entre
el Art Nouveau y Picasso. De lo escrito recientemente sobre Gaudí debo
añadir: J. Cirlot: El Arte de Gaudí, Barcelona 1950, y J. Bergos: Antonio
Gaudí, l’Home e l’Obra, Barcelona, 1954” [Prólogo a la primera edición en
español. Londres, Navidad de 1957, p. 11].
“En cuanto a Mackintosh existe por fin ahora una completa monografía
sobre él: Thomas Howarth: Charles Rennie Mackintosh and the Modern Movement,
Londres 1952. Yo también he escrito un pequeño libro sobre Mackintosh […]
colección italiana Il Balcone (Milán, 1950),…” [Prólogo a la primera
edición en español. Londres, Navidad de 1957, p.11].
“[Otras publicaciones] Walter Gropius y la Bauhaus (Einaudi,
1951), de G. Carlo Argan, […], un volumen no ilustrado de [la obra de
Josef Hoffmann, muerto en 1956, había aparecido en 1950] publicado por L. W.
Rochowalsky …” [Prólogo a la primera edición en español. Londres, Navidad de
1957. p.12]
“Deseo agradecer a mis editores en la Argentina la confianza que han
tenido en mi obra al traducirla y ofrecerla así a los países de habla hispana”
[Prólogo a la primera edición en español. Londres, Navidad de 1957, p.12].
“Han transcurrido doce años entre la primera y la segunda edición
inglesa de este libro; diez años entre la segunda edición y la primera edición
en español. Esta segunda edición en español se hace necesaria solamente después
de cuatro años. Es alentador observar que [el tema del libro] se ha tornado
ahora en feliz campo de caza para norteamericanos, alemanes y [algunos
estudiantes ingleses atareados en tesis disertaciones u otros trabajos. Su
obra, especialmente la de Madsen, el doctor Schmutzler y el doctor Banham….”
[Prólogo a la segunda edición en español. Londres, 1962, p. 13].
“Cuando escribí este libro, la arquitectura de la razón y del
funcionalismo estaba en pleno movimiento en muchos países, mientras en otros
iniciaba su curso promisor. No cabía duda de que Wright, Garnier, Loos, Behrens
y Gropius eran los iniciadores del estilo del siglo, y de que Gaudí y S’Elia
eran extravagantes, y sus inventos sólo fantásticos desvaríos. Ahora estamos
rodeados nuevamente por fantasías y extravagancias, y una vez más se cuestiona
la validez del estilo a cuya prehistoria se dedica este libro: Por esa misma
razón la honradez histórica imponía descubrir la línea que corre desde Gaudí y
el Art Nouveau hasta el Neo-Art Nouveau actual —por medio del
expresionismo de los años inmediatos a la Primera Guerra Mundial […]. Pero sigo
convencido como siempre de que el estilo de la fábrica fagus y de la fábrica
modelo de Colonia es válido aún, no obstante existir una evolución inequívoca
entre lo mejor de hacia 1914 y lo mejor de hacia 1955…” [Prólogo a la segunda
edición en español. Londres, 1962, p. 13-14].
“[Publicaciones que fueron tenidas en cuenta para esta edición: la
investigación del profesor Howarth sobre Mackintosh, la de Dean Bannister y la
de los señores Skempton y Johnson sobre las tempranas estructuras metálicas, y
la mía sobre el High Victorian Design y Matthew; Digby Wyatt. Una nueva
revista italiana. L’Architettura, editada por Bruno Zevi, autor de la
historia más detallada de la arquitectura moderna (1950), ha dedicado también
mucho espacio a los arquitectos que trato en mi período […]. Sin embargo, para
repetirlo una vez más, las teorías principales y los acentos más importantes de
este libro no han exigido ser retractados o revisados, lo que sin duda es una
consideración muy feliz para un autor que echa hacia atrás una mirada sobre un
período de veinte años” [Prólogo a la segunda edición en español. Londres, 1962,
p. 14].
I. Teorías del Arte desde
Morris hasta Gropius.
Fuentes mencionadas:
algunas citas, nombres y obras
“La ornamentación
es la parte principal de la arquitectura” “[Imprime en un edificio] ciertos
caracteres venerables o hermosos pero, por lo demás, innecesarios” ¨[Ruskin,
p. 15].
[Sir George Scott:
oficinas del Gobierno Británico en Whitehall, 1868-1873; p. 15-16].
[William Morris:
amoblamiento de su primer estudio de Londres, 1857. Casa Roja de Bexley Heath,
para Morris y esposa. Apertura de la firma Morris, Marshall y Faulkner, 1861;
p. 18].
[William Morris:
treinta y cinco conferencias sobre cuestiones artísticas y sociales,
pronunciadas entre 1877 y 1894; p. 18].
“Morris exhorta:
‘No quiero arte para unos pocos, como no quiero educación para unos
pocos o libertad para unos pocos’ y plantea ese magno problema que decidirá el
destino del arte en nuestro siglo: ‘¿Por qué habríamos de ocuparnos del arte, a
menos que todos puedan participar de él?. Hasta aquí Morris es el verdadero
profeta del siglo XX, el padre del Movimiento Moderno. A él debemos que la
vivienda del hombre común haya llegado a ser, una vez más, un objeto digno del
pensamiento del arquitecto, y una silla, un empapelado o un vaso, un objeto
digno de la imaginación del artista.
No obstante, ésta es sólo una mitad de la doctrina de Morris. La
otra mitad queda sujeta al estilo y a los prejuicios del siglo XIX. […]
Partiendo del artesanado gótico, definió simplemente el arte como ‘el medio de
que se vale el hombre para expresar su alegría en el trabajo’. El verdadero
arte debe ser ‘hecho por el pueblo y para el pueblo, como una dicha para quien
lo crea y para quien lo aprovecha’ […] ‘Hablar de inspiración es una tontería’,
decía: ‘no hay tal cosa, es una mera cuestión de oficio’
Es obvio que tal definición del arte traslada el problema del campo
de la estética al campo más amplio de la ciencia social. En opinión de Morris
‘no es posible disociar el arte de la moral, de la política y de la religión”
[p. 19].
. “… Pugin, ese brillante diseñador y panfletista que durante
los años entre 1836 y 1851 había luchado violenta e implacablemente por el
catolicismo, por las formas góticas cómo únicas formas cristianas y también por
la honestidad y veracidad del diseño y la manufactura” [p. 19].
“[Ruskin: Siete Lámparas de la Arquitectura,
1849], la primera es la lámpara del sacrificio, de la dedicación del oficio de
un hombre a Dios, y la segunda es la lámpara de la verdad. La verdad en hacer
es para Ruskin el hacer a mano, y hacer a mano es hacer con júbilo. […] aquí
residían los dos grandes secretos de la Edad media, […] su superioridad sobre
el Renacimiento” [p. 20].
“[Decía Morris] ‘El arte…desaparecerá de la civilización, si el
sistema perdura. Esto lleva en sí mismo, a mi entender la condenación de todo
el sistema’. De este modo, el socialismo de Morris dista de ser correcto
de acuerdo con las normas de fines del siglo XIX: tiene más de Thomas More que
de Karl Marx” [p. 20].
“El Movimiento de las Artes y Oficios trajo un renacimiento de
la artesanía artística y no del arte industrial. Representantes de él podemos
considerar a Walter Crane (1845-1915) y C. R. Ashbee
(1863-1942)” [p 21].
“[Según Ashbee] ‘las artes constructivas y decorativas son la
auténtica espina dorsal’ de toda cultura artística, […] todo objeto debería ser
‘producido bajo condiciones gratas’ […]. Su Corporación y Escuela de Oficios
Manuales, fundada en 1888, fue trasladada en 1902 desde la zona este de
Londres a Chipping Campden en los Cotswolds. […habiendo sido aún más
medievalista que Morris] el primer axioma de sus dos últimos libros sobre arte
fue que ‘la civilización moderna descansa en la máquina, y ningún sistema para
favorecer o subvencionar la enseñanza de las artes que no lo reconozca puede
ser bueno’. Al proferir este axioma, Ashbee ha abandonado la doctrina de las
Artes y Oficios y adoptado una de las premisas básicas del Movimiento Moderno.
[…]. Su principal derecho a la fama sigue siendo el experimento de Campden, un
intento de hacer revivir los oficios manuales y de la labranza lejos de los
centros de la vida moderna.” [p. 22-23].
“Los verdaderos pioneros del Movimiento Moderno son aquellos que
desde el principio fueron partidarios del arte de la máquina” [p. 23].
“Como precursores de carácter todavía algo transitorio, pueden
mencionarse los contemporáneos de Morris: Lewis F. Day (1845-1910) y John
Sedding (1837-1891). Day, un conocido proyectista industrial de su
tiempo […]. Al discutir la ornamentación del futuro, dijo en 1882: “Nos guste o
no, la máquina y la energía a vapor y la electricidad seguramente tendrán algo
que decir respecto al arte ornamental del futuro. Y expresó que sería inútil resistirse a este
hecho porque el público ya estaba ‘prácticamente decidido en favor del trabajo
de la máquina…Podemos protestar que ha elegido neciamente, pero no nos prestará
mucha atención’. Y Sedding, quizás el arquitecto religioso más original
de la tardía escuela neogótica, […] daba el mismo consejo en 1892: ‘No
supongamos que la maquinización pueda ser detenida: La manufactura no puede
organizarse sobre ninguna otra base…” [p. 23].
“…[una] sincera bienvenida […dirigida a la máquina…], dieron en sus
escritos, los principales representantes de la generación siguiente [a la de
Morris]. Ninguno de ellos era inglés: la actividad de Inglaterra en la
preparación del Movimiento Moderno llegó a su fin poco después de la muerte de
Morris. La iniciativa pasó entonces al continente y a los Estados Unidos y,
después de un corto período intermedio, Alemania se convirtió en el centro del
progreso. […] Una razón puede ser ésta: en tanto que el nuevo estilo fue un
asunto que en la práctica concernía solamente a la clase más adinerada,
Inglaterra pudo costear los gastos. Pero tan pronto el problema comenzó a
abarcar al pueblo en su conjunto, otras naciones tomaron la delantera […]
naciones que no aceptaban o no conocían los contrastes educativos y sociales
existentes en Inglaterra entre las clases privilegiadas y las de los suburbios
y barrios bajos” [p. 23-24].
“[Poetas y escritores como: Whitman o Zola] se sienten
arrebatados por las abrumadoras maravillas de la civilización y de la industria
modernas. Los primeros arquitectos […] fueron dos austríacos, dos americanos y
un belga: Otto Wagner (1841-1918), Adolf Loos (1870-1933), Louis
Sullivan (1856-1924), Frank Lloyd Wright (1869-1959) y Henry
van de Velde (1863-1957). […] Oscar Wilde (1856-1900) […expresó] en
una conferencia en 1882: ‘Todas las máquinas pueden ser bellas, hasta cuando no
están decoradas. No intentéis decorarlas. No podemos menos que pensar que todas
las máquinas buenas son también bellas, ya que son una sola cosa la línea de la
fuerza y la de la belleza’.” [p. 24].
“De los escritos de van de Velde puede citarse […]: ‘Las
semillas que fertilizaron nuestro espíritu, despertaron nuestras actividades y
originaron la completa renovación de la ornamentación y la forma en las artes
decorativas, fueron sin duda la obra y el influjo de John Ruskin y William
Morris’ [Este reconocimiento al estímulo inglés fue compartido por Wagner, Loos
y Wright]. Sólo Louis Sullivan, cuyo Ornament en Architecture
[…] es el más antiguo de […] los manifiestos de un nuevo estilo, parece no
haber dependido de Inglaterra. En su distante Chicago, […], logró elaborar,
enteramente solo, la teoría que encontró su forma final en los Kindergarten
Chats de 1901-1902. […] Sullivan manifestaba ya en 1892 que ‘el
ornamento es un lujo intelectual, no un requisito esencial’ y que ‘favorecería
mucho en nuestro provecho estético, que nos abstuviéramos enteramente de usar
ornamentos por un período de años, a fin de que nuestro pensamiento pudiera
concentrarse agudamente en la producción de edificios bien formados y elegantes
en su desnudez’” [p. 24-25].
“[Montgomery Schuyler
(1843-1914), escritor, periodista y editor que publicó en 1892 American
Architecture y su amigo el arquitecto y también escritor, Rusell
Sturgis (1836-1909), compartieron las ideas de Sullivan.
Esta aprobación de la superficie sin adornos no era nueva en sí
misma. Había sido ya dicho por Crane en 1889 que ‘los materiales y
superficies simples son infinitamente preferibles al ornamento inorgánico o
inapropiado’, y un año después que Sullivan, Charles F. Anesley Voysey
escribía que sería bueno y deseable ‘desechar la masa de ornamentos inútiles´.
Pero así como Voysey ha sido […], uno de los más importantes representantes de
la evolución ornamental en el período que va de Morris al siglo XX, Sullivan
fue también tan revolucionario en su arte ornamental como en la utilización de
superficies simples y lisas. En su mismo escrito de 1892 afirmó que ‘el
ornamento orgánico’ debía ser la etapa que siguiese a la purga de todo
ornamento…” [p. 25-26].
“van de Velde […], en sus conferencias entre 1894 y 1900,
proclamó —independientemente sin duda— la misma fe en un tipo de ornamento que
sería capaz de expresar simbólicamente, ‘mediante la propia estructura…,
alegría, languidez, protección etc.’, y en la máquina como un estímulo para el
logro de una nueva belleza. Van de Velde [evaluó el movimiento inglés de Artes
y Oficios] como un pasatiempo de artistas de sensibilidad superior para connaiseurs
igualmente sensitivos, y que por lo tanto no era mucho más sano que la obra
exquisita y decadente de Huysmans. [También contrapuso el arte de Morris con
sus reminiscencias góticas], y su propia y nueva teoría de la belleza inherente
a las máquinas [que crearán] ‘belleza tan pronto como la belleza’ [las guíe].
[…]
En cuanto a los objetos de la casa, van de Velde aboga por ‘ese
perdido sentido de lo vívido y
fuerte, colores claros, formas fuertes y vigorosas y construcción
racional’ [como sucede en el mobiliario inglés] por su ‘sistemática eliminación
del ornamento’.” [p. 26].
“[Otto Wagner: conferencia
inaugural en la Academia de Arte, Viena, 1894] su doctrina era en muchos
puntos semejante a la de van de Velde. ‘La única salida posible para la
creación artística es la vida moderna’. ‘Todas las formas modernas deben estar
en armonía con…las nuevas exigencias de nuestra época’. ‘Nada que no sea
práctico puede ser bello’.” [p. 27].
“…Adolf Loos escribió sus primeros ensayos para diarios y
publicaciones periódicas en 1897 y 1898. [Atacó el estilo de la Sezession
vienesa]: ‘Cuanto más bajo es el standard de un pueblo, más profusos son sus
ornamentos. Encontrar belleza en la forma en lugar de hacerla depender del
ornamento es la meta a que aspira la humanidad’. Pues la belleza pura en una
obra de arte individual es para Loos ‘el grado en que alcanza utilidad y la
armonía de todas las partes en relación con otras’.” [p 27].
“Frank
Lloyd Wright, […] en 1901 leyó un manifiesto sobre The Art and Craft
of the Machine. [Comienza diciendo] ‘nuestra época de acero y vapor…,
la Edad de la Máquina, en la que máquinas locomotoras, máquinas industriales,
máquinas de luz o máquinas de guerra o barcos de vapor toman el lugar que
ocuparon las obras de arte en la historia anterior’. […admira…] el nuevo ritmo
‘simplificado y etéreo’ de los futuros edificios. […] ‘Hoy tenemos a un
científico o a un inventor en el puesto de un Shakespeare o de un Dante’. […]
‘la máquina tiene nobles posibilidades, involuntariamente forzadas a este
envilecimiento [la producción industrial contemporánea del manifiesto], por las
artes mismas’. […]. La máquina es una ‘fuerza implacable’ destinada a derrotar
a los ‘artesanos y artistas parásitos’.
[…] Sin embargo, esta
teoría continuó aislada en América por un largo tiempo. Y [...] también en la
mayor parte de los países europeos, los que abogaban por un nuevo estilo del
siglo hallaron muy poco eco antes de la Primera Guerra Mundial” [p. 27-28].
HERNÁNDEZ, Sarah y MARTÍNEZ, Ricardo. CIAM; Un Proyecto Moderno.
[...] Para poder hablar de los CIAM, nos es
imprescindible buscar primero las herramientas, definir lo moderno;
comprenderlo, saber su presencia o su condición, o tal vez ambas cosas
simultáneamente.
Quizás sea esta una tarea difícil, pero
necesaria.
¿Qué es lo moderno?, se convierte entonces en una
pregunta obligada.
En palabras de Quetglas: ... el "proyecto
moderno". Moderno en el sentido de que para ser llevado a la práctica
requiere la existencia de un sujeto histórico nuevo.
¿Qué es moderno? Puede iniciarse la definición
con una respuesta de Perogrullo: moderno es lo que no es antiguo. Y ¿qué es
antiguo?, o mejor, ¿cuándo algo se reconoce como antiguo? Lo antiguo sólo es
reconocido como tal por la intervención de lo moderno. Sin lo moderno, lo
antiguo no existiría, seguiría siendo presente y actual. Lo moderno, por tanto,
es lo que hace envejecer al presente, lo que llega para desplazar el presente
hacia atrás, hacia lo pasado. Lo moderno es una máquina de anacronizar el
presente.
Lo moderno se piensa con conceptos del pasado,
con lenguajes del pasado, con imágenes ya vividas.
No puede haber "proyecto moderno".
Pro-yectar: lanzar hacia adelante, proponer. Para lanzar algo hacia adelante,
lanzador y proyectil deben estar atrás. Todo proyecto viene de atrás, sale del
fondo, es un emisario del pasado."
O en boca de Jorge Torres: "Con la llegada
de la arq. Moderna se produce un cambio en la "realidad" de
representar: ya no es la historia, sino un nuevo hombre, una nueva sociedad
futura; y se toman como referentes objetos que se producen de la tecnología, de
la navegación, de los nuevos vocabularios artísticos."
"Esta crisis de los supuestos que organizaron
el saber clásico ha abierto el espacio de la precariedad, el tiempo de la
caducidad, del precipitarse de las cosas y de las palabras en el abismo del
tiempo"
O Musil que nos indica: "que lo moderno
inagura el proceso hipotético que amplía el sentido de lo real e inagura el
nuevo espacio de lo posible".
Como si con estas definiciones, como en un
espejo, bastaran con la tarea de mencionar, seguiremos adelante.
Quizás, nos veríamos tentados de decir que los
congresos CIAM nacieron espontáneamente pues fue durante los años veinte,
cuando todas las condiciones necesarias encajaron para estimular la creación de
una iniciativa que polarizaría la inquietud, la originalidad de las nuevas
ideas y la germinación en todo el hemisferio occidental de trabajos que
mostraran una ruptura incisiva con el pasado.
Otra herramienta necesaria sería conocer lo que
entra en crisis con la modernidad:
F. Jarrauta nos lo describe como "Para uno y
para otros lo llamado a crisis no es otra cosa que aquella época, definida como
la edad de la razón, capaz de construir modelos de explicación totalizante del
mundo y dominada por la idea de un desarrollo del pensamiento..."
Era necesario darle forma a toda esta rebelión,
donde todo era cuestionado: la ciencia, la técnica, filosofía, artes, economía
y política.
Extrañamente, la exposición de L' Esprit
Nouveau traza el camino. Todo explota al mismo tiempo: Einstein y la
Revolución de Octubre, la máquina, la conquista del aire y con esto velocidades
desconocidas, Cubismo, Dadaísmo y Surrealismo.
Podemos
tener el pensamiento de uno de sus fundadores y usarlo como herramienta
universal, como llave al problema: "Le Corbusier esperaba poder erigir una
nueva conciencia del tiempo, un nuevo sentido del ahora. Es preciso luchar
contra el peso muerto del pasado, y derrotarlo, como una persona joven que
tiene que sobreponerse a la presencia de un padre autoritario... En el
urbanismo, el resultado de esta angustia en torno al pasado y al presente, tal
como queda representado en las primeras obras de
le
Corbusier, estriba en la destrucción de las diferencias que se han acumulado en
el espacio con el solo propósito de afirmar ésta diferencia en el tiempo."
O cuando afirma: "el acto de diseño se opone al recuerdo de la existencia
humana sobre la piedra, lo crea nuevo, y así lo destruye." [...]
El arte moderno, la arquitectura moderna,
"el nuevo urbanismo" nos abre las puertas a otro espectador, a un
nuevo espectador, el de todos. Este, completando el ciclo, lo fuerza a una
interpretación activa del medio.
"la obra es una maquina célibe que requiere
un observador", el que mira como buscando las nuevas palabras, con ojos
distintos a los de nuestros padres, para ser puesta en marcha,
-descomponerla-reconocer sus partes, abriéndonos así a secciones del sentido y
sobre todo para que éste, el mirón se ponga en marcha a sí mismo, interprete,
descomponga y busque las partes, enseñándonos a una nueva sensibilidad.
¿Cuál sería al final una buena conclusión, ya que
a todo escrito le es exigido tener una? [...]
Retomando el principio del texto:
"Si lo moderno es eso que vuelve anacrónico
al presente, lo que aparta al presente y lo remite hacia atrás; si la obra
moderna sólo se descubre cuando ha llegado, y entonces de ella sólo sabemos que
no sabemos lo que es: no la sabemos nombrar, describir, reconocer... "
Entonces nuestras herramientas son del pasado,
debemos entonces recurrir no a construir el proyecto moderno o desmontarlo,
desmenbrarlo; sino a construir las herramientas que nos permitan, ver como un
"nuevo observador" lo que nos rodea, aquello que intentemos vuelva a
ser un "nuevo proyecto" aunque éste esté imposibilitado desde su
pensamiento.
Siempre le hemos temido.
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www.deartesypasiones.com.ar ©DNDA Exp. N° 340514
ROMERO, Alicia [2005]. “En
Torno al Concepto de Arte Moderno”, en ROMERO,
Alicia (dir.). De Artes y Pasiones. Buenos
Aires: 2005. www.deartesypasiones.com.ar‘
[1]
Eco sitúa al filósofo Dino Formaggio
entre aquellos que "movidos por esta nueva situación del arte
contemporáneo, han examinado la noción filosófica de 'muerte del arte'
asumiéndola como principio metodológico que invalida filosóficamente las definiciones
generales de arte ofrecidas por las estéticas" p. 128. Aquí estudia la
obra L'Idea di Artisticità.
Milano: Ceschina, 1962.
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