El Arte de
Comer
Catherine
Arminjon[1]
En Francia, hasta casi recientemente, la pasión por la comida podía
ser considerada vulgar. Un pasaje de un miembro del Club des Cent Gastronomes, citado por el periodista Croze a
comienzos del siglo XX, testifica esta reacción convencional: "¡Cuán
extraordinaria es la importancia atribuida al sentido del oído y el desprecio
en el que el del gusto es tenido! Tener sutiles papilas gustativas es mal
visto... Dicen que el único placer de un simple es comer...". Pero actualmente
todo el mundo sabe, como dice Croze, que "nunca hubo un gourmet que haya estado loco".
Incluso la actitud tradicional, común entre los franceses por generaciones, ha
tenido indudablemente un gran papel en el fracaso de dar debida consideración a
la mesa -tanto al contenido como al contenedor- como un arte con derecho
propio.
Gonzague Saint-Bris definió la comida como "una fiesta, una
sucesión de códigos que hacen su aparición como personajes en una obra... la
fiesta del paladar demanda un ritual en la presentación de los platos... la
civilización viste las necesidades de la naturaleza con los ornamentos del
arte. No es sólo la presentación visual de la comida lo que nos encanta; es
también la decoración de los objetos... la forma de la vajilla... el juego de
referencias de los utensilios de la mesa que gobierna la fiesta." En el
despertar de la agitación de la Revolución se siguió un retorno a los patrones
de conducta social basados en el Ancien
Régime y a las grandes tradiciones adquiridas con gran dificultad sobre los
siglos precedentes, el que se extendió a través de los diferentes estratos
sociales. Estas tradiciones fueron aprovechadas en el siglo XIX por la clase
media, quien a menudo expresa sus ambiciones mundanas en la mesa.
Más modestamente, siguió el siglo veinte, con comidas que pronto
demostraron no sólo el status sino
también nuevas condiciones del vivir y del comer, aparejadas con el desarrollo
de las artes decorativas. En estos últimos años ha habido un resurgimiento en
el interés por el arte de recibir a través de muy diferentes formas. Esto ha
sido auspiciado por instituciones, soporte estatal, la creación de museos y
centros de investigación, concursos, revistas y libros, exposiciones y,
finalmente, por negocios especializados que venden servicios de mesa antiguos y
modernos. Tomados juntos, estos factores se han combinado para restablecer el
arte de la mesa a una posición de importancia.
Durante ciento cincuenta años, desde la Revolución hasta la Segunda
Guerra Mundial, la vida familiar en Francia estuvo guiada por un código de
conducta detallado en el que los objetos y la gente tuvieron roles precisamente
definidos. La imagen de una vida privada gobernada por y conforme a normas
sociales fue al mismo tiempo un factor en el suceso de la clase media y un
signo del mismo. En el siglo XIX, las comidas estaban gobernadas por tres
unidades, que fueron forzosamente aprendidas durante el siglo XVIII. Primero,
una unidad de lugar: el comedor. Originalmente mal definido, este espacio se
fue institucionalizando con el tiempo hasta que se convirtió en una entidad
fija a comienzos del siglo XIX, un lugar dedicado a los momentos de comer en
común y claramente disociado de las habitaciones de recepción y de las
dependencias de cocina donde se preparaba la comida.
En segundo lugar, la unidad de tiempo: comer estaba sujeto a
horarios. En los siglos precedentes, los horarios de comida variaban
enormemente, dependiendo de las clases sociales. Comenzando en el siglo XIX y
por casi doscientos años, la tiranía del horario gobernó las comidas francesas.
Sin embargo, parece que los estómagos de ciertos ciudadanos franceses
frecuentemente se convitieron en relojes, haciéndolos particularmente
irreceptivos a diferentes hábitos alimenticios de otros países.
La tercera y última unidad, la de acción, fue materializada en el service à la russe, el que devino
ampliamente aceptado en las primeras décadas del siglo XIX. Progresivamente
reemplazó al service à la française,
cuyo uso data del siglo XVII como continuación de las prácticas medievales.
El service à la française,
en el que la vajilla para cada uno de los platos era totalmente dispuesta sobre
la mesa al mismo tiempo, seguía reglas que no podían ser quebrantadas. Las
comidas consistían en una serie de platos, los que podían comprender platos
laterales (side dishes) para el
primer plato, asados y entremeses para el segundo, y luego un plato de postre
en el cual se permitía una gran libertad. El plan global de la mesa requería
platos en número y medidas específicos. Se diseñaron platos pareados para ser
situados de forma paralela a los lados y a los extremos de la mesa. En el medio
había un dormant, o surtout, un elaborado y decorativo
centro de mesa. Desdichadamente, el exhuberante y visualmente llamativo aspecto
de tales exposiciones obraron en detrimento de la comida, la cual era difícil
mantener caliente dispuesta en esta espectacular moda. En la primera mitad del
siglo XIX, el service à la française
aún era utilizado para banquetes oficiales -imperiales, reales o principescos-
pero cada vez menos frecuentemente.
En el service à la russe,
la comida era trinchada y aderezada en la cocina, y entonces enviada a la mesa
para ser presentada y servida a los comensales. Para los grandes cortes de
carne que era arduo e incómodo pasar, el trinchado se realizaba en el comedor o
en el oficio (pantry), y la comida
era entonces servida en platos calientes.
Este sistema, aunque menos satisfactorio para el punto de vista
estético, tenía la evidente ventaja de permitir que la comida sea servida bajo
las mejores condiciones: cocida, trinchada, presentada y saboreada sin demora.
La velocidad del servicio y el orden de la distribución fueron las primeras
cosas en ser cambiadas por el sistema, dándole preferencia entre los gourmets. Hoy, el service à la russe es la práctica aceptada, y la mayoría de los
países anglosajones la han hecho propia. El viejo estilo francés de comer se
rindió a esta importación extranjera por buenas razones. A comienzos del siglo
XIX, la gastronomía triunfó sobre el espectáculo, para residir, desde entonces,
más en el paladar de los gourmets que
en su vista, como sucedió a través del Ancien
Régime.
Literatura gastronómica
La literatura y los tratados culinarios franceses tienen larga
historia. El primero apareció hacia 1300 con el Viandier de Guillaume Tirel, más conocido como Taillevent, el
primer maitre queux de Carlos V. En
1651, La Varenne escribió Le Cuisinier
François. En el siglo XVIII, el arte de la cocina comenzó a demandar
atención; autores importantes fueron Menon y, con su Cuisinier moderne, Vincent la Chapelle, célebre predecesor del
famoso chef Careme. El siglo estuvo
marcado por el uso de un fogón incorporado, con varias aperturas de quemadores
de carbón -el potager- lo que hizo
posible desde entonces cocinar a fuego lento salsas, glaceados y esencias,
lejos de las llamas del fuego abierto. Este desarrollo generó muchos platos
nuevos y complicados, junto con una necesidad de libros de cocina explicando
cómo preparlos.
Hasta el siglo XIX, sin embargo, no apareció una verdadera
literatura gastronómica (con ilustraciones grabadas). El mismo término
gastronomía fue creado en esta época por Joseph Berchoux, autor del poema La Gastronomie et l'Homme des Champs.
Los libros fueron accesibles a una élite
en un período en el que se sabe que una gran parte de la población de Francia
aún era iletrada[2].
Un pequeño savoir-vivre
Las costumbres de la mesa cambiaron muy poco en los pasados
doscientos años. Para comidas oficiales, banquetes y recepciones, el código de
conducta ha permanecido igual. Entre las numerosas prohibiciones de la etiqueta
francesa para la mesa están hablar con la boca llena, jugar con el pan o con
objetos de la mesa[3], oler lo que
hay en el plato, escupir las semillas de la fruta sobre él, soplar sobre la
comida para enfriarla. En Francia, las manos se ubican sobre la mesa a cada
lado del plato. A comienzos del siglo XIX, los libros de etiqueta prohíben
sostener huesos con los dedos, pero no roerlos hasta dejarlos demasiado limpios
o arrojarlos bajo la mesa. Está prohibido sacarse los zapatos y frotarse los
pies. Hasta hoy está mal considerado dar vuelta el plato para examinar la marca
del que lo hizo, o inclinarlo para despacharse las últimas gotas del caldo o de
la sopa. Hacia fines del siglo XVIII, las servilletas jugaron un rol propio
sobre la mesa, astutamente dobladas para representar su papel en la escena
decorativa al comienzo de la comida. Desde principios del siglo XIX, las
servilletas ya no fueron completamente desdobladas y desplegadas, o -pese a
consideraciones de limpieza y conveniencia- atadas alrededor del cuello. La
cuchara era para ser llevada a la boca por su punta; las frutas con carozo eran
comidas con cuchillo y tenedor; las naranjas, con los dedos. Una vez que la comida
era ingerida, la vajilla sucia no debía ser ubicada junto al plato o sobre el
apoyacuchillos, sino colocada toda junta sobre el plato.
Las maneras de la mesa han evolucionado desde comienzos del siglo
XIX como resultado de nuevos tipos de comidas y los nuevos implementos
desarrollados para relacionarse con ellos. Hasta mediados del siglo XIX, por
ejemplo, el plato de queso estaba reservado para los hombres, mientras a las
mujeres se les ofrecían galletas y conservas.
Los origenes del comedor y de su mesa
En la mayoría de los hogares, el comedor y su mesa se convirtieron
en una característica estable a comienzos del siglo XIX. Esta habitación se ha
materializado lentamente. Durante varios siglos, los reyes y nobles franceses
comieron en el estudio o en la antecámara; por su parte, las clases media y
obrera comían en el dormitorio o en la cocina. Una de las primeras referencias
a una salle à manger -literalmente,
una habitación para comer- data de 1694 en un inventario de Marshal d'Humières.
En el siglo XVIII se mencionan habitaciones para comer; Luis XV creó dos
comedores en los petits appartements
en Versailles. En este período, las habitaciones tenían amoblamientos
especiales: una o dos cocinas, una fuente de agua, muebles con tapa de mármol,
sillas simples, mesas de arrimo y biombos. La mesa de comedor en sí misma no es
mencionada, pero puede suponerse que se trataba de algo plegable. Las primeras
mesas de ebanista reconocibles, permanentemente instaladas en el comedor, no
fueron comunes hasta los últimos treinta años del siglo XVIII, desarrolladas de
la mesa en forma de hoja apuntada (drop-leaf
table) conocida como à la anglaise.
Luego de la Revolución, las mesas plegables de caballetes
desaparecieron y la mesa de comedor se convirtió en un parte integral del
mismo. Hacia 1808, Jacob Desmalter hizo, en caoba, sillas, consolas, aparadores
y mesas de comedor[4].
La decoración de la mesa en el Imperio es algo que también merece
conocerse. Excepto los esculturales y arquitectónicos surtouts, tales como las fuentes y templos hechos en ocasión de la
visita del rey Carlos IV de España (conservados en parte en Malmaison), o el
"servicio Olímpico", de Sèvres, estos items decorativos consistían en
ornamentales esculturas, jardineras y canastos para flores y frutas, así como
candeleros, cuya función y lugar en la mesa devino una característica
permanente; oscilaron entre simples candeleros y gigantescos candelabros con
múltiples brazos. Copas, escudillas, así como pedestales y platos de metal o de
cristal, completaron esta colección, junto con saleros y pimenteros,
condimentadores y otros accesorios. La simetría que gobernó la mesa desde 1810
-con todos estos objetos ordenados de manera tal que los más altos e
importantes estaban en el centro y el resto dispuestos en orden de mayor a
menor tamaño- refleja el estilo de Careme. Si bien éste persistió en el uso del
service à la française, inculcó un
orden con su organización simétrica y rítmica de los elementos, así como
limitando el número de utensilios tendidos en la mesa para cada plato. Careme
utilizó pequeños platos redondos y ovales de una variedad de formas, dejando
así más espacio para cada persona. De tal forma, Careme aumentó el espacio de
tales recepciones. Como él dijo: "Numerosos recipientes no son suficientes
para hacer una nueva cocina; también debe haber orden".
El plateado o dorado y el cristal fueron particulamente favorecidos
por esta asimilación de la mesa de banquete durante el siglo XIX. Un servicio
completo podía comprender un número increíble de piezas. El gran juego plateado
ordenado por Napoleón III para el Emperador Maximiliano de México -el que fue
enviado en 1863 y exhibido a los parisinos en una sala de existencias de los
famosos plateros Christofle en la calle Bondy antes de ser embarcado- comprendía
4.938 piezas y más de doscientas de ellas conformaban el surtout.
Los asuntos temáticos proliferaron en la decoración de las mesas de
las clases superiores: la industria, la geografía y las artes fueron
extremadamente comunes. Artistas tales como Carrier-Belleuse fueron convocados
para realizar diseños para ser producidos por firmas tan líderes como
Christofle. También la iluminación asumió rápidamente un rol dominante en la
decoración de la mesa, una posición que ha mantenido por cerca de doscientos
años. En las mesas humildes de los últimos tiempos no fue inusual utilizar una
simple lámpara de aceite ubicada directamente sobre la mesa para iluminar toda
la habitación. Dos candeleros pueden ser aún hoy la única decoración de muchas
mesas, y son rutinariamente incluidos entre los presentes y compras hechos para
la mesa elegante.
Debe mencionarse un objeto que reapareció con la pompa y
circunstancia del estilo Imperio antes de desaparecer para siempre: la nef, que se remonta a la Edad Media.
Símbolo del poder y la importancia reales o principescas, la nef era una vasija de plata en forma de
barco que era ubicada junto a una persona de rango para sostener su servilleta,
su cuchillo, su tenedor y especias. Hizo nuevamente un magnífico debut en el
banquete de bodas de Napoleón I y María Luisa de Austria. Tanto el emperador
como la emperatriz tenían una nef de
plata dorada, obra del orfebre Henri Auguste. Las dos piezas, sin embargo, no
fueron ubicadas junto a sus imperiales majestades. Sin duda, con el tiempo y el
trauma de la Revolución, el rol y la función de las nefs se olvidó, y fueron relegadas a dos pequeñas mesas, en los
extremos de la mesa de banquete de forma de herradura.
El service à la russe
fomentó una absoluta colección de surtouts,
escudillas, jardineras y candelabros sobre la larga mesa de comedor. Esta era
una forma de exhibir a los invitados la fortuna y el status propios. La oportunidad fue demasiado buena para ser
perdida, y las pinturas acerca de mesas de comedor durante 1830 y 1870 muestran
el espacio extremadamente limitado que se dejaba a platos, cuchillos,
tenedores, cucharas y copas, todo organizado en un hermético círculo.
El rol de Careme en la nueva edad de oro
El famoso chef Careme,
como hemos visto, llevó más orden y confort a la mesa. Efectivamente, fue él
quien prescribió que debía haber una cierta distancia - alrededor de dos pies-
entre cada comensal. Aparentemente, la masa de objetos en medio de la mesa, que
impedía que aquellos que estaban sentados a cada lado de la mesa pudieran
verse, fue criticada por contemporáneos y gastrónomos, y los distinguidos
comensales se aliviaron al ver que las mesas de comedor devinieron más
despejadas hacia fines del siglo XIX.
Careme, "el príncipe de los chefs
y el chef de los príncipes"[5],
fue un individuo extraordinario. En 1805 entró al servicio del famoso
Talleyrand, y luego fue chef en casa de James Rothschild. Los arreglos que ideó
debieron asombrar a los invitados, o al menos provocarles la contención del
aliento. No fue simplemente cuestión de los innumerables platos, la excepcional
calidad y la exótica elegancia de presentación sino, sobre todo, de la
majestuosidad y el arte con los que la comida era servida[6].
A su manera, Careme transformó la mesa en un arma política.
Efectivamente, en el congreso de Viena, bajo la égida de Talleyrand, la
grandeza de la mesa principesca impresionó tanto a los participantes menores
que brindó un servicio a Francia. Careme organizó, repensó y codificó lo que
previamente había sido resultado del capricho. Hizo de la gastronomía un arte
por derecho propio. Toda gran casa del siglo XIX quiso que uno de sus hijos
fuese chef suyo. Con el triunfo de la
burguesía luego de la Restauración, las artes culinarias cambiaron: la
exhibición y la etiqueta extravagantes creadas por Careme fueron rápidamente
descartadas. Pero la esencia del arte de Careme como tal se relaciona con una
nueva cocina y se mantuvo intacta una filosofía de la gastronomía que ha
sobrevivido hasta el presente. Las grandes obras maestras de virtuosismo que
creó, piezas escultóricas magníficas, fueron abandonadas, y sus teatrales ideas
nunca entraron en las casas y departamentos de las clases medias del siglo XIX;
pero las invenciones culinarias de Careme devinieron una parte quintaesencial de
la herencia nacional francesa.
La mesa conquistó tanto la vida política como la cotidiana. De allí
en más -tanto bajo Louis-Philippe, como con el Imperio o la Tercera República-
fue en la mesa donde se declararon las ambiciones, se arreglaron los matrimonios
y se discutieron los negocios. El orgullo, las ilusiones y las aspiraciones de
la clase media -tanto alta como baja- encontraron allí un altar.
La mesa rural
Ha habido muy pocos estudios acerca de los hábitos alimenticios
rurales. Aunque la distinción deviene menos obvia a medida que nos acercamos a
nuestro propio tiempo, los objetos de los museos de historia y arte populares,
al igual que aquellos en conjuntos conservados en su condición original,
muestran que hasta la Primera Guerra Mundial la mesa rural arduamente cambió
algo desde la Edad Media. Las ocasionales pinturas de los siglo XVII y XVIII
que muestran campesinos a la mesa -o, más bien, en el proceso de comer sin
ceremonia en el curso de su vida cotidiana- son muy similares a las representaciones
de mediados del siglo XIX de interiores de casas de campo. Platos, fuentes de
loza o de peltre, tarros para grasa, y cazuelas de loza son la única vajilla en
dichas casas. Hay poco o nada de mantelería sobre la mesa, ni tampoco hay
copas; sólo una copa comunal de metal o madera, un plato para sopa o una
sopera, una pequeña escudilla con tapa, compartida por varias personas,
cucharas y cuchillos, pero pocos tenedores por ahora. El tenedor apareció
bastante tarde; en el Cantal, por ejemplo, no se utilizó hasta el período entre
fines del siglo XIX y principios del XX; y en otra región, el Maconnais,
"no hay mención de vajilla, o sea, juegos de cucharas y tenedores en metal
precioso, entre aquellos de medios modestos hasta el mismo fin del siglo XIX o
hasta el siglo XX"[7].
Los juegos de cuchillos de mesa no aparecieron antes de fines del siglo XIX, e
incluso después de la Segunda Guerra Mundial era común entre los hombres
preferir el uso de sus propios cuchillos de bolsillo.
A comienzos de este siglo, la industrialización y la modernización
doméstica condujeron hacia un mayor confort para todos, con mejorados medios
para cocinar, la disponibilidad de vajilla y la adquisición en todo estrato
social de un juego de servicio de mesa: un juego de diario, por supuesto, pero
también uno para ser utilizado en ocasiones especiales. La diferencia entre
hogares campesinos y burgueses desapareció, y gracias a las grandes tiendas
departamentales, tiendas de batería de cocina y catálogos para órdenes por
correo, una cierta uniformidad devino aparente.
La mesa en el arte
Aunque la mayor parte de los numerosos objetos de mesa no son
visibles en las pinturas y grabados, los artistas que crearon pinturas,
acuarelas, dibujos y grabados a través del siglo XIX generalmente fueron
atraídos en su elección del tema por las escenas domésticas, especialmente las
de comidas ligeras y pequeños grupos a la mesa. Los siglos precedentes
favorecieron las representaciones de galas, fiestas y banquetes que
proporcionaban el escenario apropiado para gente de importancia. Bajo Napoleón,
y luego bajo el Segundo Imperio, se describieron grandes banquetes. Una de
tales ocasiones pródigas fue la boda de Napoleón con la hermana del emperador
de Austria, pintada por Casanova. Más tarde, bajo el rey Louis-Phillipe, el
banquete de las Damas en 1835 fue recordado por Viollet-le-Duc, como lo fue el
comedor de la prima de Napoleón III, la princesa Matilde, en su hotel particulier de la calle de
Courcelles; todos muestran el esplendor de una rica familia parisina.
Las recepciones de la princesa fueron luego muy solicitadas:
Flaubert, Théophile Gautier, Prosper Merimée y Saint-Beuve, todos se
encontraron allí. Las pinturas muestran la nueva moda de plantas verdes en
jardineras de pie. La decoración interior fue normalizada de acuerdo con el
eclecticismo del período. Para los dormitorios se prefirió el estilo Luis XV;
para los salones, el de Luis XVI. Los comedores, bastante curiosamente,
volvieron atrás, incluso hacia estilos tempranos, dando lugar a generaciones de
juegos de comedor estilo Enrique II. En 1859, en la Salle des États en el nuevo alojamiento de Napoleón III en el
Louvre, una pintura de un banquete dado por el emperador en honor de los jefes
de armadas de Italia da un perfecto panorama de una comida formal en
confortables y elegantes circunstancias, tal como deben haber tenido lugar
entre la burguesía del período en la mayoría de la ocasiones oficiales o
familiares.
En 1867, el barón Haussmann, el celebrado prefecto de París que
transformó la ciudad en la década de 1860 a través de, entre otras cosas, su
creación de los grands boulevards,
encargó a Christofle para el Hotel de
Ville un gran surtout diseñado
por Victor Baltard, arquitecto de Les
Halles y de la iglesia de San Augustín en París. Un grabado del gran
vestíbulo del Hotel de Ville antes
del incendio de 1871 muestra todas las mesas tendidas. En la principal hay un
gigantesco centro de mesa representando la ciudad misma, un trabajo escultórico
a gran escala, rodeado de plantas. Las otras mesas, con surtouts más pequeños en forma de barcos, están similarmente
cargados de flores, escudillas con pie, y guéridons
con flores y frutas. Los centenares de objetos han sido organizados con debido
respeto por la simetría: junto a cada comensal hay un juego de cinco copas (una
para agua, dos para vino, y el par restante para oporto y champagne); y a cada lado del plato, un igualmente generoso surtido
de cuchillos, cucharas y
tenedores, incluyendo cubiertos para pescado. Otro banquete bajo Charles Garnier,
arquitecto de la Opera de Paris, muestra el servicio imperial en vermeil, el famoso servicio
"moderno" realizado por Christofle, con las piezas de surtout en bronce dorado y la vajilla en
plata dorada, reemplazando a la magnífica platería Imperio de Biennais y
Auguste, que fue fundida por 16.638 francos bajo el discreto encabezamiento
oficial de "conversión de materiales viejos"[8].
Los platos preparados en la cocina eran ahora llevados, presentados y servidos
a los comensales por los camareros. Los sexos eran sentados alternativamente
alrededor de la mesa, costumbre que parece haberse desarrollado sólo durante el
siglo XIX. Unos cien años antes, por ejemplo, en el banquete en honor del
Príncipe de Asturias, las únicas invitadas fueron mujeres, a excepción de unos
pocos hombres sentados juntos en los dos extremos de la mesa. Más tarde, en
1810, en el banquete de bodas de Napoleón y María Luisa en la Salle de Spectacle de las Tuileries, las mujeres fueron sentadas
en un lado y los hombre en el otro[9].
Las representaciones de comidas más modestas, en interiores
burgueses, muestran que desde este momento en más existía un comedor apropiado,
con su mesa de aliño o su aparador -a veces ambos-, su chimenea, reloj, vasos y
candelabros. En el centro estaba la mesa -redonda, oval o cuadrada- sobre la
que, a menudo, había una araña a aceite o de velas, o una combinación de ambas
o, más tarde, de gas. Había juego de sillas, con un frecuentemente evidente
estilo Enrique II. El conjunto menos formal incluía numerosas garrafas pero muy
raramente una botella de vino, y un contenido centro de mesa consistente en una
jardinera, una escudilla monumental o un calientaplatos con tapa.
Servicios de mesa
La idea de un "servicio" -el nombre dado a un conjunto de
vajilla haciendo juego- aparece por primera vez en el siglo XVIII, aunque la
factoría real de Sèvres ya había utilizado la expresión para los grand services de los que produjo muchos
ejemplos notables. Para ese entonces, sin embargo, el término service era también utilizado para
describir uno de los muchos platos de una comida servida à la française, y no es inusual ver la expresión services de dessert en listas de precios
tanto como en descripciones de comidas. La noción de piezas haciendo juego
utilizadas juntas en la mesa se extendió durante el siglo XIX, mientras forma y
función fueron multiplicadas infinitamente para estar a la par las muchas
novedades culinarias.
Aunque helados y sorbetes, frutillas y castañas tuvieron
prácticamente sus propios recipientes en el siglo XVIII, el incremento de los
recipientes fue particularmente especial en el siglo XIX. La introducción del
cristal para el clarete o el jerez, copas para vino de Alsacia, para fruta al cognac, etc., llevó al desarrollo de una
variedad de formas y tamaños apropiados para cada bebida: agua, vino tinto,
vino blanco, champagne. También las
garrafas fueron diseñadas especialmente para agua, licores, diferentes vinos,
oporto y naranjada helada. Aparecieron platos y fuentes para alcauciles,
espárragos, crustáceos y ensalada, así como recipientes especiales para melones
y castañas asadas. Su gusto se atribuye a Napoleón, de quien se dice gustaba
saborear los frutos de su Córcega natal durante las comidas.
Donde accesorios e implementos eran necesarios, hubo incluso mayor
variedad. La costumbre de comer uvas en la mesa permitió la creación de tijeras
especiales y fuentes para uvas, presentados por Christofle a su clientela en su
catálogo de 1893. Los apoyacuchillos previnieron que las hojas sucias tocasen
el mantel; los apoyamenúes y los servilleteros estuvieron de acuerdo con las
carrozas para vinos, las que llevaban las preciosas botellas y gentilmente las
facilitaban en la posición correcta para verter. Posafuentes expandibles,
tablas para quesos y platos calientes embellecieron aún más la superficie de la
mesa. Para ayudar al gastrónomo decimonónico a disfrutar elegantemente la
mayoría de los variados platos, hubo también cortahuevos, cuchillos para fruta
y para postre, cubiertos para pescado y para queso, servidores especiales para
ensalada, sardinas, frutillas y petit
fours, tenedores para ostras y para mangos, cucharas -con y sin colador-
para salsa, cucharas de servir para compotas, cucharas y cuchillos para helado,
cuchillos trinchantes, asas para patas de cordero, asas para chuletas, tenazas
de servir para espárragos y pinzas para comer espárragos de a uno sin tocarlos
con los dedos, y cubiertos para servir langosta y caracoles. La difusión del
baño de plata, su aceptación en las mesas principescas y su "enoblecimiento"
como resultado de los encargos reales entre 1850 y 1860, pusieron toda esta
batería al alcance de la fortuna de la burguesía.
Es interesante observar cuán constantes han sido el número y tipo de
piezas de los servicios desde el siglo XIX hasta nuestros días. Considerados
para seis, doce, veinticuatro y cuarenta y ocho sitios o más, cada servicio
podía ser adaptado para un gran número de personas, y las órdenes eran
generalmente por los de mayor número, tanto en loza como en porcelana: varios
tamaños de plato de sopa, salseras, platos para vegetales; series de platos
redondos u ovales -para pescado-; hueveras, copas para natillas, compoteras, guéridons saleros, y potes para mostaza.
Aunque generalmente haciendo juego con el resto, los conjuntos de postre
son siempre enumerados por separado en los catálogos, con sus propios platos
pequeños, platos de torta, compoteras bajas y de pie, fuentes para postres y
azucareras, para no mencionar cremeras y servicios de té y café. Los servicios
para almuerzo, helados, frutillas y crustáceos, junto con apoyamenúes,
generalmente completaban el conjunto. En cuanto a la cristalería, tanto en
vidrio como en cristal, hubo la misma elección numérica, siempre hechas sus
piezas con la misma forma, con conjuntos para cerveza y para vinos finos,
jarras para licor, vasos (o pequeñas copas) para oporto y madeira, conjuntos
para fruta y para helado. Si hay un área en la que la tradición ha permanecido
inviolada, es ciertamente la de la cristalería. Recién en la década de 1920 nuevas
formas hicieron una aparición.
Le Grand Dépot y L'Escalier De
Cristal
Alrededor de 1863, una nueva idea ganó el corazón del público, tanto
parisino como provincial y extranjero. Fue la creación de un establecimiento
dedicado a aunar lo mejor de la cerámica contemporánea: Le Gran Dépot, en el número 21 de la calle Drouot, el cual fue por
entonces el único negocio de su tipo. Allí, uno podía elegir a primera vista,
como en una gran tienda, entre más de dos mil servicios de mesa, dos mil
servicios de cristalería, alfarería inglesa o mayólica, la loza francesa
entonces llamada terre de fer,
porcelana y accesorios para la mesa, tanto para uso cotidiano como para grandes
ocasiones. Los ricos y de alta cuna, tanto extranjeros como parisinos, eran
recibidos en un salón especial donde era exhibido lo máximo de la línea: los
servicios de porcelana. El gusto, la impecable selección y la integridad
comercial contribuyeron a la reputación de los productos vendidos en Le Grand Dépot por Emile Bourgeois, el
innovador cuya brillante idea anticipó a los negocios actuales especializados
en regalos de casamiento y objetos de mesa. Bourgeois obtuvo beneficios de los
acuerdos comerciales que lo impulsaron a importar en un momento en que el
triunfo de ideas de libre comercio dio un enorme estímulo a la industria y el
comercio. Las exhibiciones internacionales permitieron a la gente poder
apreciar el trabajo de la mayoría de las grandes factorías europeas de Milán,
Viena, Dinamarca, Sajonia, Suiza, España y Portugal. Durante este período, la
cerámica inglesa casi desbancó al producto nacional tan caro a los franceses.
Afortunadamente, más de ochenta marcas vendidas bajo el registro de Le Grand Dépot proveyeron al rubro de
los objetos de mesa de una variedad de productos de origen francés; diseñados
para uso cotidiano y frecuentemente repetidos, podían ser ensamblados a
voluntad y reabastecidos.
L'Escalier de Cristal fue
otro negocio especializado. Esta celebrada firma publicó catálogos ilustrados
mostrando una inmensa variedad de productos dispuestos en sofisticados
conjuntos como si estuviesen en una vidriera. Fundada en 1802, en el número 162
de la Galerie des Valois en el Palais-Royal, y una de las mejor
conocidas tiendas de este tipo, tomó su nombre de su famosa caja de escalera de
cristal. Especializada en lujosos presentes de cristal y porcelana, la firma
proveyó servicios de mesa y surtouts
para clientes aristocráticos y cortes extranjeras. La propietaria, Madame
Desarnaud, vendió la tienda a Boin en 1833, quien a su vez la vendió a Lahoche
en 1854. Lahoche trasladó el negocio a la calle Scribe y a la calle Auber.
En el siglo XX, se hizo mucho más sencillo almacenar todo tipo de
servicios de mesa y mantelería en grandes tiendas, cuyos estudios vendieron y
distribuyeron lo que produjeron las manufacturas como resultado de exhibiciones
de artistas-diseñadores, de la Compagnie
des Arts Français fundada por Süe y Mare, y de las exhibiciones
internacionales como la de 1925, famosa no sólo por su suceso sino también por
su enorme influencia en el gusto popular y su consumo. ¿Fue la
"domesticación de talentos", tal como la temió Gabriel Mourey,
realmente algo que temer?
Los estudios creativos de las grandes tiendas demostraron lo
contrario: en Au Printemps, la línea Primavera, que se remontaba a 1912, fue
desarrollada principalmente después de 1919; Paul Follot produjo la marca Pomone para Bon Marché; Trois Quartiers tuvo
a Athelia, y el Louvre a Studium. En
1925, con el nuevo movimiento Art Déco,
la venta de juegos decorados con viejos diseños o diseños de estilo cayeron un
75%. Las formas y la decoración fueron más libres, especialmente en cerámica y
cristalería. Los motivos fueron dispersos, ya no respondiendo rígidamente a la
estructura del objeto. En la platería y la vajilla, las formas fueron simples,
desprovistas de ornamento. Fue cuestión de una nueva estética más que de una
nueva configuración.
El comedor del siglo XX
En un proceso que comenzó con las familias modestas y se esparció
gradualmente entre las clases medias, el comedor, un espacio separado a través
del siglo XIX, primeramente se abrió hacia el cuarto de dibujo (drawing room), y entonces, varios años
después, hacia la cocina a través de una escotilla de servicio o una división
móvil. Hoy, se ha desarrollado como una habitación simple que combina comedor y
cocina.
Por razones de economía y sobre todo de espacio, el sistema
cocina-comedor fue aplicado primeramente en las casas de trabajadores y en
complejos habitacionales construidos antes de la Primera Guerra Mundial. Una
distinción que permaneció en la década del 50 y a veces incluso a posteriori fue el hecho de que en las
familias burguesas el comedor permaneció separado, tal como dictaminaba la
costumbre en el siglo XIX. En las casas más humildes, la mesa de comedor y sus
accesorios -sillas, aparador, mesa de aliño- estaban instaladas en el estudio o
estar, pero sólo era utilizada los domingos y feriados. La costumbre continúa
aún hoy en un número de hogares, y particularmente entre la población rural.
Luego de la Primera Guerra Mundial, estudio y comedor a veces fueron
combinados, incluso en viviendas de calidad; un ejemplo interesante es la villa
de Garches de Le Corbusier, construida en 1927.
De allí en más, el gran estar con comedor se abrió hacia diferentes
partes de la casa y, a menudo, tuvo acceso directo a una amplia cocina. El
espacio para un área para comer -y amueblado para ello- era aún una parte
importante del gran conjunto que constituía el estar, incluso en familias
acaudaladas. Algunas películas de la década del 30 muestran que estaba de moda
no mantener separado el comedor tras puertas cerradas; a pesar de la presencia
del mobiliario de comedor, era posible trasladarse libremente a la cercana área
de estar.
La expresión inglesa living-room
adoptada en francés, fue aplicada desde aproximadamente 1922 a la amplia
habitación que comprendía el área para comer y un amplio espacio adyacente. En
Paris y en las provincias, hasta casi recientemente, el comedor de la clase
media se mantuvo diferenciado del estudio. Entre aquellos menos acomodados, el
comedor podía ser la principal habitación simple de la familia, reemplazando al
estar y al estudio y recordando la habitación principal de viviendas rurales
donde los ocupantes trabajaban, comían y se reunían.
Números especiales de revistas como Architecture française y L'Art
ménager français hicieron posible considerar planificaciones y arreglos de
casas en la década del 50. En los 60 y después, esas planificaciones no
muestran cambios. El "living room", en parte área de recepción y en
parte comedor, puede terminar siendo no más que un estudio; en ciertas
residencias modernas de posición, la lujosa cocina puede incluso servir como
lugar para las comidas diarias. El comedor y sus muebles permanentes pueden haber
desaparecido completamente o haber sido incorporados en las instalaciones de
cocina y en sus diseños a veces altamente sofisticados.
Pero esto se aplica sólo a los nuevos departamentos y casas. Las
maneras en que la gente vive y adapta viejos edificios de los siglo XVIII y XIX
no deben ser olvidadas. ¿Han mantenido las costumbres del pasado o han hecho
alteraciones a la luz de los estilos de vida contemporáneos? Necesariamente,
las respuestas a estas preguntas deben ir por ambos lados.
Las exposiciones internacionales -principalmente las de 1900, 1925 y
1937, todas fechas clave- fueron un medio publicitario para los ultimísimos
productos franceses. Efectivamente, toda región o provincia, como Sèvres, cuyas
manufacturas líderes obviamente han exhibido siempre, expusieron sus
importantes productos. Al mismo tiempo, esas exhibiciones sirvieron para
subrayar la importancia que la industria estaba asumiendo en todo campo
relacionado. Los títulos de informes y catálogos son explícitos: Les Industries d'art, por ejemplo, y Les Arts décoratifs et industriels modernes.
Los objetos exhibidos a veces fueron únicamente items de coleccionistas, pero
gran parte de ellos fueron producidos industrialmente. Después de la Primera
Guera Mundial, la reconstrucción fue rápida, y una exhibición en Amiens, en
octubre de 1919, titulada Exposition
nationale de l'ameublement et de tout ce qui est nécessaire à la renaissance
des foyers dévastés (Exposición nacional del amoblamiento y todo aquello
necesario para el renacimiento de los hogares devastados), mostró muchos
objetos nuevos.
La moda de exposiciones de diseño de interiores y exhibiciones de
artes decorativas también ha sido una fuente de información desde 1904 hasta el
presente. El Salon des Arts Ménagers
demuestra este importante movimiento; abrió en 1923 y ha contribuído al
renovamiento de la vida doméstica. Un informe oficial de 1927, titulado L'Art ménager, fue su vocero y
representante.
La prensa y los diarios publicaron reportes sobre los nombres de las
manufacturas líderes y sobre nuevos productos, mientras que un creciente número
de catálogos ofrecían productos de todo tipo. Aparecieron revistas especiales
dedicadas al hogar, la mesa y la cocina, mostrando el nuevo y popular interés
en esos campos.
En los años veinte florecieron enciclopedias sobre las artes
domésticas. L'Art ménager français,
publicado en 1952 bajo la dirección de J. L. Breton, es una guía sobre cómo
preparar, servir y comprar comida, y generalmente transformar la vida en la
cocina y el comedor. Guías prácticas y manuales tales como La Science et les travaux de la ménagère, publicado ya en 1901, y
el creciente número de mujeres trabajando fuera de sus hogares contribuyó, por
un lado, a simplificar y reducir el número de objetos en uso y, por el otro, a
cambiar los materiales usados para el equipamiento de cocina y los objetos de
mesa. El acero inoxidable y el aluminio, disponibles desde 1929, devinieron
comunes en los cincuenta; y fue entonces cuando los catálogos comenzaron a
publicar ilustraciones de objetos de mesa de plástico: irrompibles, livianos y
fácilmente lavables. En lugar de la loza para el uso general y la porcelana
para las ocasiones especiales, el público prefirió estos nuevos materiales.
Finalmente, las grandes tiendas continuaron operando en el siglo XX,
como lo hicieron antes, expandiendo su rol como distribuidoras e intermediarias
entre el artesano o la manufactura y el público.
Las mesas formales, las que durante la Belle Époque lucieron surtouts
de agua y flores convertidas en jardineras con forma de mujeres elongadas
como plantas trepadoras, fueron reemplazadas, ya en la década del veinte, por
configuraciones simples. Objetos nuevos de estilo moderno fueron creados por
diseñadores como Marcel Goupy y Jean Luce. Se descartaron las servilletas
dobladas diagonalmente y almidonadas, así como la inevitable escultura de
hielo, resabio de las efímeras decoraciones acuáticas de antaño. Con Lalique,
sobre la mesa triunfó el vidrio, y el platero Jean Puiforcat creó trabajos
combinando su temperamento artístico con su conocimiento supremo de su oficio.
Este orfebre devino el maestro indiscutido de la platería, provocando incluso
que sus colegas siguiesen sus pasos y repensaran su trabajo.
Aunque la ola de modernismo que siguió a los años 1920-1925 continuó
teniendo efecto, los tendencias clásicas también retornaron con ímpetu;
efectivamente, los catálogos anteriores y especialmente los apenas posteriores
a la Segunda Guerra Mundial muestran un marcado retorno a los estilos
tradicionales y regionales. Las formas geométricas creadas veinte años atrás
desarrollaron nuevamente curvas; un proceso general de simplificación condujo a
la gradual desaparición de soportes para soperas, azucareras y salseras. Los
materiales corrientes desde los años veinte incluyen el aluminio, el níquel, el
acero, el hierro, el peltre, el metal blanco cromado, todos
"reforzados", "muy fuertes", "irrompibles". En lo
referente a la vajilla, aparte del estilo "Simple" entonces en uso,
nombres como Imperio, Luis XV y Luis XVI hablan por sí mismos.
El acero inoxidable no contó mucho en la producción global de la
llamada plata hasta los años treinta, cuando hicieron su aparición platos,
salseras y soperas en las que se podía cocinar e inmediatamente servir. El
vidrio térmico también migró a la mesa. Pyrex,
presentada en 1936, permitió echar un vistazo sobre cualquier cosa que se
estuviese cocinando en ella. Los platos apilables fueron aprobados por su
practicidad. Y platos y vasos irrompibles fueron presentados en 1958 por Arcopal y en 1959 por Duralex.
¿Qué sucede con la mesa en los sesenta? Un estilo de vida
simplificado, materiales sintéticos, configuraciones funcionales y una estética
industrial, todos dejaron su marca. Afortunadamente, grandes talentos creativos
como Roger Tallon estuvieron pendientes para hacer competitivo al diseño
francés en el mercado mundial. Los materiales sintéticos fueron modificados y
perfeccionados, con colores más atractivos y una paleta acorde con la mesa de
moda así como con la decoración de interiores en general. La platería ya no fue
necesariamente de plata, ni la cristalería necesariamente de cristal. Todo hubo
de ser adaptado para una clientela juvenil. La durabilidad ya no fue
obligatoria; compras de todo tipo
de valor económico fueron hechas sin vacilaciones, y hubo menos aprehensión al
descarte. El atractivo de la etiqueta "Made
in the U.S.A." fue innegable, pero otros productos extranjeros fueron
también furor: escandinavos, alemanes y más tarde italianos. La adaptación de
estos diseños para encontrar las funciones y hábitos de la vida diaria en
Francia se consiguió sin dificultad; el resultado fue una gran simplicidad.
Entonces fue posible ver mesas simplemente decoradas -desprovistas de
ornamentos superfluos y decoradas sólo con las configuraciones de la platería,
la cristalería y la cerámica- junto a mesas tradicionales en las que finos
manteles, servilletas, cristalería, flores ,
surtouts, iluminación, plata y porcelana continuaron la gran herencia
francesa.
La popularidad de los restaurantes en París a principios
del siglo xx
El fin del Ancien Régime
coincide con el advenimiento de los restaurantes en Paris. Uno de los primeros,
Boulanger, abrió en 1765, en lo que
hoy es la rue du Louvre. En 1766, Roze y Pontaillé también estuvieron entre
los primeros en abrir según el Almanach
Dauphin de 1777. Brillat-Savarin (1755-1826), el celebrado gastrónomo, dio
más tarde una definición del rol del restauranteur:
"Ofrecer al público un banquete listo a toda hora... a precio fijo...según
el pedido del cliente". Ya existían establecimientos de abastecimiento de
comidas por encargo, que prepararon el camino para los dueños de restaurantes
acogiendo a miembros de la sociedad que querían escapar de las tabernas. El
menú inmediatamente hizo su aparición bajo la forma de una hoja de papel
enmarcada, traída por el camarero, la que mostraba qué había, frente a su
precio.
En 1789, según Alexandre-Balthasar Grimod, ya había más de cien
restaurantes en París. Los precios de las comidas crecieron muy rápidamente,
según la calidad y lujo del establecimiento. El Palais-Royal fue un solicitado local para este estilo de comer. En
vísperas de la Revolución, el barrio de moda estaba en el centro de París. El
famoso Beauvilliers abrió en 1782 en
el 156 de la Galerie de Valois. Según
Brillat-Savarin, fue "el primer restaurante de calidad en tener un
elegante vestíbulo, camareros apropiadamente vestidos, una bien cuidada bodega
y una cuisine superior. Su reputación
fue fielmente mantenida durante quince años".
"El corazón de París luego de la revolución se ha convertido en
una barriga. La Revolución ha cambiado los estómagos de Francia"[10].
¿Cuáles fueron los restaurantes que suministraron este buen vivir? El Frères Provençaux (1786-1877), el Very (1790-1859), el Robert, el Boeuf à la Mode en el Palais-Royal.
El lujo y el confort se instalaron; hubo interiores panelados, mesas pequeñas,
pinturas bajo vidrio, frescos a imitación de los de los clubes ingleses, todo
ello para acoger a las nuevas y adineradas clases medias, que aún no fueron lo
suficientemente atrevidas para adoptar un demasiado pródigo estilo de comer en
casa. El estilo elegido recién a comienzos del siglo XIX hizo la reputación de
las manufacturas: al preferir restaurantes y gastando sin contar el costo, creó
así un mercado para productos destinados tanto para la mesa del hogar como para
la del restaurante. Efectivamente, los primeros catálogos para la mesa de las
manufacturas incluían todos estos productos. El Dr. Véron, en sus Mémoires d'un burgeois de Paris,
publicadas en 1850, enumera novecientos restaurantes. El distrito República fue
el lugar de muchos nombres famosos: el Rocher
de Cancale en la rue Montorgueil
(1804-45); varios cafés, uno de los cuales se convirtió en el Grand Véfour; el Café Hardy, que se conviertió en la Maison Doré en 1841; el Café
Riche (1791-1900) del que se decía "Il fallait etre hardi pour aller chez Riche et riche pour aller chez
Hardy" ("es necesario ser atrevido -hardi- para ir a lo de Riche
y rico -riche- para ir a lo de Hardy"); el Café Anglais (1902-13); y el Cadran
Bleu en el Chatelet. Más tarde,
establecimientos como la Tour d'Argent
o Drouant fueron seguidos por toda
una variedad de restaurantes populares, donde los clientes regulares tenían una
mesa, servilleta y servilletero, estos últimos dispuestos en un conjunto
especial de casilleros.
A mediados del siglo XIX comenzó el reinado de los boulevards. Varios restaurantes nuevos
abiertos en la Chaussée d'Antin, los
sucesos de 1848 y posteriores haberes provocaron un efecto desastroso sobre
ciertos establecimientos. "Los dandies
y las mujeres de moda, con sus gordos monederos, circularon en la calma
digestión de sus orgías", dijo Edmond Texier en su Tableaux de Paris (1852). Reaparecieron los interiores suntuosos,
las alfombras, los salones dorados, las pilas de almohadones orientales, la
iluminación intimista y los pequeños salones; uno de los más conocidos fue el Grand Seize en el Café Anglais. Después de 1855, las exposiciones internacionales
dieron a los Champs-Elysées una oportunidad
para acoger nuevos restaurantes como Ledoyen.
Los servicios de mesa y la mantelería estaban personalizados. El
baño de plata, la porcelana y los accesorios de mesa se multiplicaron. Había
jardineras y cubos para hielo sobre patas. Mesas talladas y mesas con lámparas
a alcohol acompañaron, entre otras cosas, al famoso pato prensado en el que el
ave entera es exprimida frente al comensal para extraerle sus deliciosos jugos.
Los objetos de mesa de la mesa de restaurante siguieron un código bastante
similar al de la mesa privada. De acuerdo con el eclecticismo del período, los
decorados iban desde el panelado Luis XV hasta sombríos interiores Enrique II
al estilo germano. Pero una nueva fórmula, venida con estos nuevos decorados,
fue el furor en París: las brasseries.
Extendiéndose más allá de la vereda bajo un elegante techo de
vidriera catedralicia, el establecimiento de Mollard abrió en la rue
Saint-Lazare en 1895, azulejos de loza brillantemente coloreados en las
paredes, y tulipanes de hierro forjado como artefactos de iluminación. Pueden
encontrarse elocuentes descripciones del ambiente y la decoración de este lugar
en la prensa de la época. Otras brasseries,
simbólicamente decoradas con todo lo existente en el menu, exhibían paneles de
azulejos de Sarreguemines diseñados por Simas que representaban juegos, aves de
corral, fruta exótica, alegorías de productos regionales y hojas de ajenjo o
lúpulo. La comida regional se puso muy de moda. La prensa parece haber elegido
reparar más en la decoración de las brasseries
que en el aspecto gastronómico de los restaurantes. El interés general en estos
establecimientos, que se desarrollaron en todos los estilos y sirvieron todo
tipo de comida, disminuyó en el presente y condujo en la década de 1980 al otorgamiento
del status de protegido a un número
de restaurantes y brasseries que
incluyen a Fermette Marboeuf,
decorado en 1898 por el arquitecto
Hurté, al Train Bleu, la famosa y
magníficamente decorada parada en la Gare
de Lyon, a Lucas Carton y a Chez Julien, decorado en 1900 por un
seguidor de Mucha.
La evolución de los dos últimos siglos nos lleva a concluir que hoy
la mesa ha conservado un cierto valor pero ya no es el único símbolo de suceso,
rango social o gloria personal. Restaurantes, cadenas de comida rápida, comidas
de todo tipo, almuerzos, desayunos de media mañana, costumbres exóticas y
proveedores de comidas por encargo, todos proporcionan diversas ocasiones para
practicar el arte de comer.
El aspecto de celebración y comunicación conferido en el pasado a
las comidas ha cambiado en favor de una cierta individualización de actitudes.
Ni las comidas ni los platos están ya bajo el control de los dueños de casa, o
de los sirvientes. Se ha concedido a los invitados una mayor libertad. A menudo
están presentes los niños, y los adultos, a quienes no se permitía fumar
cigarros o cigarrillos, ahora encuentran ceniceros en la mesa.
Los centros de mesa importantes han desaparecido, para ser
reemplazados por algo simple: quizás un vaso decorativo, o una jardinera, o
candelabros. El uso de una gran número de objetos diferentes, cada uno con una
función específica, está tendiendo a desaparecer. El alineamiento de numerosas
piezas de platería, el cambio de vajilla luego de cada plato, todo ello está
siendo gradualmente abandonado. También la mantelería se ha batido en retirada:
son populares las servilletas de papel, generalmente en diseños casi
sofisticados, y los manteles se encaminan a coloridos diseños mientras el
tradicional mantel blanco está desapareciendo lentamente.
Símbolos de la idea de estabilidad y aún vigorosos a principios de
este siglo, los estilos de los servicios de mesa repitieron aquellos de fines
del siglo XIX hasta la Primera Guerra Mundial. Sólo el Art Nouveau produjo una nueva ola temporaria, aunque no de la misma
extensión que el movimiento de Artes y Oficios en Gran Bretaña o el Jugendstil en los países
germanoparlantes.
En A table, el catálogo
del Centre de Création Industrielle,
Françoise Jollant lo dice claramente: "Hoy la gente está comprando
arduamente lo que es tradicional y de alta escala, hermoso y caro, de Baccarat,
Saint-Louis, Christofle y Daum, negocios que tienen el favor del público; sólo
el 15% de las compras son hechas en el departamento contemporáneo. Detrás de la
historia de los estilos, las manufacturas mayores para la mesa han echado el
cerrojo de la puerta del mercado y han excluído la colaboración del artista
creativo externo".
Pocas fábricas de porcelana o loza han estado muy interesadas por la
dificultad de producir una colección contemporánea. Esto es curioso en una
época en que la cocina francesa ha sido tan bien recibida -como nunca- en todas
partes del mundo, cuando hay festivales dedicados al arte de la mesa, y cuando
incluso los más insignificantes servicios cincuentenarios con una marca por
debajo cuestan una pequeña fortuna.
Ilustraciones
(s/nº. p. 142.)- Banquete de bodas en Yport (detalle),
c. 1890.
Albert-Auguste Fourie (n. 1854).
Oleo sobre tela.
Museo de Bellas Artes,
Rouen.
226.- La Fiesta de Casamiento de Napoleón y María Luisa, c. 1810.
Casanova (h).
Museo Nacional del Chateau de Fontainebleu, Depósito del
museo nacional del Chateau de
Versailles.
227.- Servicio de té,
1813.
Manufactura Imperial de
Sèvres.
Porcelana.
Museo Cooper-Hewitt, New York.
Obsequio de Katrina H.
Becker en memoria de sus padres, Sr. Charles V. Hickox y Sra., 1981-38-1 a 8.
228.- Nef del servicio de mesa de Napoleón I, 1804.
Henri Auguste (1759-1816).
Plata dorada.
Museo Nacional del Chateau
de Fontainebleu, Depósito del mobiliario nacional, 1984.
229.- Restaurante Le Grand Vefour, Paris, con la
decoración pintada a principios del siglo XIX, fotografiado c. 1920.
Museo Cooper-Hewitt, New
York, colección de imágenes.
230.- Café Frascati, c.1807.
Phillipe-Louis Debucourt (1755-1832).
Grabado.
Museo Carnavalet, Paris.
231.- Carátula de Le Maitre d'hotel français, por Antonin
Careme, Paris, 1922.
Grabado.
Inventario General, Paris.
232.- Comedor del Hotel de France, Biarritz, c.1864.
Grabado.
Museo Cooper-Hewitt, New York,
colección Kubler.
233.- Service à la française y service à la russe, siglo XIX.
Grabado.
Museo Bouilhet-Christofle, Paris.
234.- Menu del Palacio de
las Tullerías, 1860.
Cromolitografía, pluma y
tinta.
Biblioteca Nacional,
Paris.
235.- Grand Buffet de la Cuisine moderne, principios del siglo XIX.
AntoninCareme (1784-1833).
Grabado
Inventario General, Paris.
236.- Centro de mesa, c.
1815.
Pierre-Phillipe Thomire (1751-1843).
Bronce dorado, cristal.
Museo Marmottan, Paris.
237.- Diseño para una jardinera
trípode, c. 1810.
Jean-Baptiste-Claude Odiot
(1763-1850).
Acuarela.
Colección Odiot Orfèvre,
Paris.
238.- Diseño para una
sopera y soporte para la Emperatriz Josefina, 1812.
Charles Percier
(1764-1838) y Pierre-François-Léonard Fontaine (1762-1853).
Lámina 46 del Recueil de décorations intérieures
(detalle), Paris, 1812.
Grabado.
Museo Cooper-Hewitt, New York, obsequio del Council,
1921-6-377.
239.- Sopera del servicio
del Príncipe Camilo y Paulina (Bonaparte) Borghese, 1794-1814.
Martin-Guillaume Biennais (1764-1843).
Plata dorada.
Museo Metropolitano de
Arte, New York, Joseph Pulitzer Bequest, 1934.
240.- Dos diseños para el
"Service Olympique", 1806.
Théodore Brongniart
(1739-1813), diseñador.
Manufactura Imperial de
Sèvres.
Acuarela.
Archivos de la Manufactura
Nacional de Sèvres.
241.- Servicio de café, c.
1820.
Marc Schoelcher (1766-1832).
Porcelana.
División de Cerámicas y
Vidrio, Museo Nacional de Historia Americana, Instituto Smithsoniano,
Washington D.C., colección Alfred Duane Pell.
242.- Gobelets, del catálogo de la cristalería Launay-Hautin, 1840.
Grabado.
Museode Arte de Comiing,
Biblioteca Rakow, Corning, New York.
243.- Par de platos, 1804.
Boullemier, dorador y
Barre, pintor.
Manufactura Imperial de
Sèvres.
Porcelana.
División de Cerámicas y
Vidrio, Museo Nacional de Historia Americana, Instituto Smithsoniano,
Washington D.C., colección Alfred Duane Pell.
244.- Escudilla con pie,
1845.
Cristalerías de
Saint-Louis.
Vidrio moldurado.
Colección Cristalerías de
Saint-Louis, Paris.
245.- Bandeja para postre
escalonada (tiered), 1858.
Cristalerías de
Saint-Louis.
Vidrio opalinado.
Colección Cristalerías de
Saint-Louis, Paris.
246.- Restaurant Maison d'Or, boulevard des Italiens,
Paris, c. 1839.
Grabado.
Biblioteca de las Artes
Decorativas, Paris.
247.- Servicio de té,
1838.
Manufactura Nacional de
Sèvres.
Porcelana.
División de Cerámicas y
Vidrio, Museo Nacional de Historia Americana, Instituto Smithsoniano,
Washington D.C., colección Alfred Duane Pell.
248.- Diseño para un
candelabro, c. 1840-50.
Cristalerías de Baccarat.
Acuarela.
Archivos Baccarat, Paris.
249.- Jarra obsequiada al
rey Carlos X, 1828.
Cristalerías de Baccarat.
Cristal tallado, grabado y
esmaltado.
Museo Baccarat, Paris.
250.- Sopera con escenas
napoleónicas, c. 1829-36.
Lebeuf y Thibaut,
manufactura de Montereau.
Loza, decoración impresa
por calco.
Museo de Bellas Artes de
Virginia. Obsequio de la Sra. de Morton G. Thalhimer, 1985.
251.- Azucarera, 1834.
Alluaud, manufactura de
Limoges.
Porcelana.
Colección R. Haviland y C.
Parlon, Limoges.
252.- Comedor de la
Princesa Matilde, Paris, 1859.
Charles Giraud
(1819-1982).
Oleo sobre tela.
Museo Nacional del Chateau de Compiègne.
253.- Banquete de los
jefes de la Armada de Italia en las Salles
des Etats, en el Nuevo Louvre (detalle), 1859.
Vivant Beaucé (1818-1876) y Félix Thorigny
(1824-1870).
Grabado.
Museo Bouilhet-Christofle, Paris.
254.- Cena en el Palacio
de las Tullerías (detalle), 1867.
Henri Baron (1816-1885).
Oleo sobre tela.
Museo Nacional del Chateau de Compiègne.
255.- Servicio para licor
del Maharajah de Baroda, 1878.
Cristalerías de Baccarat.
Cristal y bronce dorado.
Colección Cristalerías de
Baccarat.
256.- Servicio para licor,
1867.
Cristalerías de Baccarat.
Cristal grabado.
Museo Baccarat, Paris.
257.- Servicio para licor,
1880.
Cristofle y Cía.
Metal plateado.
Museo Bouilhet-Christofle, Paris.
258.- Centro de mesa
realizado para el Emperador de México por Christofle
y Cía., c. 1863.
Grabado.
Museo Bouilhet-Christofle, Paris.
259.- Tres platos heráldicos,
1888-9.
Faïencerie de Gien.
Loza.
Museo de la Faïencerie de Gien.
260.- Diseño para un
comedor estilo Renacimiento, c. 1885.
Alexandre Carrière
(1822-1909).
Pluma y tinta, acuarela,
aguada.
Museo de Artes
Decorativas, Paris.
261.- Servicio para té y
café, c. 1885.
Manufactura Pantographie Voltaique.
Plata dorada, esmalte.
Colección Orfèvrerie d'Ercuis, Paris.
262.- Fuente para castañas
en forma de servilleta, 1873.
Christofle y Cía.
Metal plateado.
Museo Bouilhet-Christofle, Paris.
263.- Cucharas para
azúcar, de un catálogo de platería de Christofle
y Cía, c. 1900.
Grabado.
Museo Bouilhet-Chistofle,
Paris.
264.- Soporte mecánico
para decantación de vino, mediados del siglo XIX.
Christofle y Cía.
Metal plateado.
Museo Bouilhet-Christofle, Paris.
265.- Restaurant Bofinger,
Paris.
266.- Restaurant de Maxim, Paris.
267.- Cubertería del Restaurant de Maxim.
Christofle y Cía.
Museo Bouilhet-Christofle, Paris.
268.- Chocolatera, c.
1901-2.
Georges de Feure
(1868-1843), diseñador.
Manufacturada en Limoges,
para la tienda L'Art Nouveau, Paris.
Porcelana.
Museo de Artes
Decorativas, Paris.
269.- La comida en el
hogar de la familia Porel, fines del siglo XIX.
Museo Cooper-Hewitt, New
York, colección de imágenes.
270.- Diseño para un
comedor, lámina 27 de Léon Deshairs, Interieurs
en Couleurs, Paris, 1926.
Maurice Dufrène
(1876-1955) y Gabriel Englinger (n. 1898), diseñadores.
Biblioteca del Museo Cooper-Hewitt, New York.
271.- Interior del comedor
del transatlántico Normandie, c.
1935.
Archivos Lalique, Paris.
272.- Diseño para una
cocina. Lámina 12 de Léon Deshairs, Intérieurs
en Couleurs, Paris, 1926.
André Groult (1884-1967),
diseñador.
Biblioteca del Museo
Cooper-Hewitt, New York.
273.- Conjunto de objetos
para la mesa, c. 1925.
Servicio de loza Juliette y servicio de cristalería Margot decorados por Marcel Goupy (n.
1886).
Thérèse Bonney (1897-1978), fotógrafa.
Museo Cooper-Hewitt, New York, colección Bonney.
274.- Diseño para centro
de mesa de plata, c. 1925.
Christofle y Cía.
Acuarela.
Museo Bouilhet-Christofle, Paris.
275.- Servicio de mesa del
transatlántico Normandie, c. 1935.
Luc Lanel (1894-1966),
diseñador.
Christofle y Cía.,
manufactura.
Metal plateado.
Museo Bouilhet-Christofle, Paris.
276.- Individual y
servilleta creados para el Christina,
yate de Aristóteles Onassis, 1956.
D. Porthault.
Lino bordado.
Colección D. Porthault,
S.A., París.
277.- Servicio de
cristalería Veronese, 1987.
Daum Cristal.
Cristal.
Colección Daum Cristal,
Francia.
278.- Servicio de mesa Angles, diseñado en 1984, producido por
primera vez en 1988.
Jean-Pierre Caillères (n,
1941), diseñador.
S.N.Faïenceries de Gien,
manufactura.
Loza.
Colección S.N. Faïenceries de Gien.
279.- Servicio de té Géométrie, diseñado c. 1970.
Henri Bouilhet (n. 1931),
diseñador.
Christofle y Cía.,
manufactura.
Metal plateado.
Museo Cooper-Hewitt, New York. Obsequio
de Christofle, 1984-122-1 a 6.
280.- Salero y pimentero,
c. 1987.
Martine Bedin (n. 1957),
diseñadora.
Producidos por Nestor
Perkal para Algorithme.
Metal plateado. Colección Algorithme, Paris.
281.- Centro de mesa Ruines d'Egypte, 1979.
Anne Poirier (n. 1947) y
Patrick Poirier (n. 1942), diseñadores.
Manufactura Nacional de
Sèvres.
Porcelana.
Museo Nacional de
Cerámica, Sèvres.
282.- Servicio de mesa
para el avión de línea Concorde, c.
1976.
Raymond Loewy (1893-1984),
diseñador.
Porcelana: Raynaud Limoges, manufactura.
Cubertería: Bouillet Bourdelle.
Cristalería: Cristalería de Souvigny.
Museo Cooper-Hewitt, New York, obsequio de Air France, 1988.
www.deartesypasiones.com.ar ©DNDA Exp. N° 340514
[1] Tomado de COOPER-HEWITT MUSEUM (New York). L'Art de Vivre. Decorative
Arts and Design in France 1789-1989. New York, The Vendome Press; Cooper-Hewitt Museum; The Smithsonian
Institution's National Museum of Design, 1989. Trad.:
Marcelo Giménez.
[2] Antoine Careme, catálogo de la
exposición, Paris, Bagatelle, 1984. Peddlers también distribuyó textos en las
provincias, pues la literatura culinaria siempre ha sido asociada con cuestiones
de salud y ha sido muy solicitada en ambos aspectos. La historiografía de los
escritos gastronómicos franceses ha sido clasificada en un trabajo normativo
por Georges Vicaire; enumera más de cuatro mil títulos desde la Antigüedad
hasta fines del siglo XIX.
[3]
François Burgaud, "¿Qué sucede hoy con las costumbres en la mesa?",
en La Table et le partage (París,
Documentation française, 1986).
[4]
Alcouffe, "La Naissance de la table à manger au XVIIIe. siècle", en La Table et le partage, p. 57-65, y D.
Ledoux-Lebard, Les Ebénistes du XIXe.
siècle..., 2º ed. (Paris, 1984), p. 293.
[5] Antoine Careme.
[6]
J.P. Aron, Le Mangeur du XIXe. siècle
(Paris, Laffont, 1973), p. 33.
[7]
S. Tardieu, La Vie domestique dans le
Maconnais rural pré-industriel, Paris, 1964.
[8] Véase
Christofle (Paris, Le Chene/Hachette,
1981), p. 103.
[9]
Véase Valérie Ortoli, "La Gastronomie", Revue des monuments historiques, Nº 131, marzo 1984, p. 50-56.
[10]
Véase Grimod de la Reynière, L'Almanach
de 1804.
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